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jueves, 25 de septiembre de 2025

QUIÉN CONTROLA EL ÉXITO, ARTÍCULO DE ANTONIO LARA RAMOS.

Recomendable para los docentes, estudiantes y cualquier lector preocupado por las consecuencias culturales y emocionales de un sistema que mide el valor humano en términos de notoriedad y consumo. ¡Me quedo en la senda de los estoicos! 

“Alcanzar el éxito es una de la premisas que condiciona la vida de las personas en nuestro tiempo, erigido en una imposición dogmática ineludible. El concepto de éxito está íntimamente ligado a la fama, una obsesión que envuelve a millones de jóvenes de un modo tan fútil como pernicioso. Los medios utilizados para su consecución, alejados de la racionalidad, el saber o la valía, se canalizan a través de instrumentos o redes sociales con mensajes simplistas, efímeros y vulgares, acudiendo a bulos o tergiversaciones de una realidad desvirtuada o tendenciosa. 

Vivimos en la sociedad del malestar, atenazada por incertidumbres y turbulencias, que no hacen más que avivar ese sentimiento de frustración que nos debilita y conduce a problemas emocionales. En educación la proliferación de estrategias de equilibrio emocional responde a la necesidad de llevar a nuestros alumnos a estados mentales que faciliten las condiciones óptimas para sus aprendizajes. El paradigma del éxito social, introducido también en la esfera educativa, llena discursos —leyes incluidas— que conciben este éxito escolar del alumnado en eslogan poco cuestionado por los receptores: alumnado, familias y docentes, en una proposición que simplifica la visión de la educación. 

Guardar las apariencias como conquista de lo transitorio e insustancial se convierte en una condición social de muchos jóvenes, y no tan jóvenes. Esta transmutación banal de mostrarse suele ser un ‘valor’ unido al concepto de éxito, pero alejado del ‘modo de ser’ —imbricado en la libertad, independencia o capacidad crítica—, al que se refería Erich Fromm en su clásico ensayo ¿Tener o ser?, frente al ‘modo de estar o tener’, asociado a la propiedad y la codicia.

Ante la opción inabarcable del éxito, quizás deberíamos asumir una realidad distinta, apoyada en pensamientos de contrapeso que mitiguen tantas frustraciones y sentimientos de naufragio que conducen a dramas y problemas emocionales y de salud mental. En la Antigüedad nos dio la repuesta el pensamiento estoico con obras filosóficas, hoy de gran actualidad, como las Meditaciones de Marco Aurelio o el Manuel de vida de Epicteto. Su lectura está sirviendo de reflexión para afrontar tantos desasosiegos que nos acechan en este mundo saturado de memes, ‘me gusta’ o estrambóticas recetas que nos asedian proponiendo ser ‘felices’, con la fama y el dinero como horizonte, hasta hacernos esclavos de deseos o promesas inalcanzables. El estoicismo de Epicteto distinguía entre lo controlable —juicios, deseos e impulsos— y lo que está fuera de nuestro alcance: la riqueza o la fama. La clave de la felicidad y la libertad, vendidas como recetas propagandísticas, ausentes de responsabilidad personal, estimaba Epìcteto que residía en un aprendizaje personal asentado en la virtud y serenidad, dirigiendo pensamientos y actos más allá de lo próximo, sin caer en la confusión y la esclavitud de aspiraciones fuera de nuestro alcance. 

Quienes pretenden controlarnos nos prometen la gloria, aun cuando nuestras posibilidades sean limitadas o nos aboquen al fracaso. Una constante, como señala Marina Garcés en El tiempo de la promesa: “Las promesas que no hacemos están en los objetos que consumimos, en la tecnología que utilizamos, en las marcas de ropa y los cosméticos con los que nos ocultamos…, en las terapias y los medicamentos, en los manuales que leemos para educar más bien a los hijos”. Vivimos entre promesas hechas por otros, no por nosotros, a través de una publicidad informada o desinformada, con el sentimiento de frustración garantizado. Nos trazan caminos hacia la notoriedad, el ‘exitismo’, como calificaba Eduardo Galeano a la obsesión de un mundo “preso de un sistema de valores que coloca el éxito por encima de todas las virtudes”. “Perder es el único pecado que en el mundo de hoy no tiene redención”, añadía. No triunfar en la vida es quedar abocado a la temida derrota. Pero, ¿qué es eso de tener éxito?

Nadie garantiza el éxito. Los libros de autoayuda o la cultura Mr.Wonderful —comercializadora de mensajes ‘positivos’, divertidos, guay, teñidos de optimismo de botica— sí que tienen ‘éxito’ comercial en la sociedad de la inconsistencia y el infantilismo. En tiempos de descreimiento, contradictoriamente somos seres fácilmente crédulos. Estas propuestas de triunfo nada tienen que ver con la consistencia de un pensamiento que aspire a concebirlo como algo noble. Ahí está la publicidad que vende ilusiones absurdas e inalcanzables predicciones de futuro, o bulos que nos tragamos sin el más mínimo ejercicio racional. Acaso sea nuestra respuesta imberbe y de supervivencia ante el mundo de confusión e incertidumbre que nos rodea.

Hay artistas que durante su vida no alcanzaron la notoriedad. Van Gogh solo vendió un cuadro, pero tras su muerte le llegaría el reconocimiento que ahora se le profesa. Igual le ocurrió a Franz Kafka, pensó que su obra no interesaría a nadie y, tras su muerte, su amigo Max Brod, desobedeciendo la voluntad del escritor, iría publicando su obra. No obstante, nada impidió que en vida ambos continuaran en su creación artística y literaria.

Controlar el éxito de los demás es otro modo de manipulación, de imposición de gustos, preferencias o dirigismo del dinero para el consumo. Cuando impulsamos a nuestros jóvenes a buscar el éxito no se hace valorando el esfuerzo, la formación ética o la noble predisposición para alcanzar una meta, un conocimiento, el uso adecuado de herramientas que les hagan mejores ciudadanos capacitados para desempeñar un proyecto, casi siempre se hace desde la óptica de convertirlos en cualificados peones del rendimiento productivo, a cuenta de prometerles un futuro de éxito y reconocimiento social.”

*Artículo publicado en Ideal, 24/09/2025.


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