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domingo, 29 de julio de 2012

Voy a llevar a mi hijo a la puerta de la casa de Ruiz Gallardón.

Una carta de Blanca Escudero en eldiario.es

Tengo un hijo discapacitado, Guillermo. Tiene 30 años y un autismo con grado de dependencia del 77,5%. Es totalmente dependiente.
Hace siete años que estamos esperando que le den plaza en una residencia, ya que su padre pasa de 70 años y yo tengo 63. Dentro de muy poco no podremos cuidar de nuestro hijo. La esperanza es vana, ya que el Gobierno actual ha dicho (y apoyado con hechos) que la Ley de Dependencia es insostenible. Insostenible va a ser la situación en la quedan muchas familias, como la nuestra, que no tienen dinero suficiente para hacerse cargo de sus hijos dependientes. Hablando claro: tendrán que tenerlos en casa y si los padres enferman o mueren, pues que el dependiente lo haga también; en mi caso, mi hijo moriría de inanición. Hablando más claro todavía: nos jodemos.
He escuchado al ministro de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón, decir que quiere abolir prácticamente todos los supuestos de aborto, entre ellos el terapéutico, porque todos los embriones, también los “defectuosos”, tienen derecho a nacer. Tal cosa pasará en la misma España donde están recortando todos los derechos sociales para los que más lo necesitan, para los dependientes. Nacerán miles de niños dependientes como mi hijo, con discapacidades congénitas perfectamente detectables en el embarazo, y la sociedad no se hará cargo de ellos.
Yo me pregunto, ¿el señor Ruiz Gallardón tiene un hijo discapacitado? ¿Alguien en su entorno privilegiado los tiene? Si es así, seguramente no tendrá ningún problema ni de presente ni de futuro, ya que tiene suficiente dinero para ocuparse de ese problema gravísimo y, en muchos casos insoluble, que tienen muchos ciudadanos que no disfrutamos de sus privilegios.
Se me ha ocurrido una idea: voy a llevar a mi hijo a su puerta, como hacían en el pasado las mujeres que no podían mantener a sus hijos. Que me lo cuide él, que le dé un futuro él, que le pague sus atenciones y que cada día, desde que se levante de la cama hasta que se vaya a dormir, vea a un discapacitado, sienta lo que sentimos sus padres y nunca más pueda dormir tranquilo

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