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domingo, 13 de marzo de 2022

CON EL PELUCHE EN BRAZOS (Extracto de artículo publicado en Ideal, por Esteban de las Heras Balbás)

 CON EL PELUCHE EN BRAZOS

 (Extracto de artículo publicado en Ideal, por Esteban de las Heras Balbás)


“Llegan con el peluche bajo el brazo, el abrigo acolchado y las botas de agua. Los niños de la guerra han cambiado el edredón nórdico de plumas por una manta vieja y el calor del hogar por la ventisca. Se asoman al cristal empañado de las ventanillas del tren para enseñarnos sus ojos de inocencia. El dolor y la ternura de esos niños sin nombre y con un mañana incierto nos remueven las entrañas. Ellos y sus madres se separan del padre «como la uña de la carne». Las guerras, las puñeteras guerras, repiten este angustioso ritual desde la noche de los tiempos. «Preferible sería que al perderte la tierra me tragara», dice Andrómaca a Héctor en la Ilíada, y el anónimo poeta del Cantar de Mío Cid condensa en un emotivo verso alejandrino la despedida del Campeador: «Agora nos partimos, ¡Dios sabe el ajuntar!». Nada ha cambiado desde Troya. Las cámaras de los reporteros de ahora captan ese inmenso montón de dramas, esos desastres de la guerra, que se van superponiendo cada hora en la pantalla en un insufrible desfile de pena y de barbarie. Vemos que muchas de esas madres, tras poner a salvo a sus críos, se vuelven para defender su patria. Estas ucranianas son redivivas Agustinas de Aragón, heroínas anónimas que no se resignan a perder el derecho a vivir en su tierra. Y desde nuestro podrido confort apenas podemos entender esta orgullosa voluntad, esta firmeza que teníamos olvidada en aquel libro escolar donde dormita la 'Oda al Dos de Mayo' del poeta jienense Bernardo López García –«Y van roncas las mujeres / empujando los cañones»– o en la locura épica de los últimos de Filipinas, entre los que aguantó hasta el final Eufemio Sánchez, soldado de la Puebla de Don Fadrique.


En la galería de horrores que no cesan, nos llegan también las estremecedoras imágenes de las fosas comunes en Mariúpol. Sin ataúd, sin flores, sin responso y sin familia. Peor que en la peor etapa de la covid. Los muertos en esta ciudad, en la que se ha cebado Putin en su afán de superar a Pol Pot en genocidio, solo llevan un plástico como mortaja. Sin un rótulo con su nombre, sin una cruz, sin nada. Es la vuelta bíblica del polvo al polvo. Entierro de apestados, que ni los perros tienen. “

 (Extracto de artículo publicado en Ideal, por Esteban de las Heras Balbás)


“Llegan con el peluche bajo el brazo, el abrigo acolchado y las botas de agua. Los niños de la guerra han cambiado el edredón nórdico de plumas por una manta vieja y el calor del hogar por la ventisca. Se asoman al cristal empañado de las ventanillas del tren para enseñarnos sus ojos de inocencia. El dolor y la ternura de esos niños sin nombre y con un mañana incierto nos remueven las entrañas. Ellos y sus madres se separan del padre «como la uña de la carne». Las guerras, las puñeteras guerras, repiten este angustioso ritual desde la noche de los tiempos. «Preferible sería que al perderte la tierra me tragara», dice Andrómaca a Héctor en la Ilíada, y el anónimo poeta del Cantar de Mío Cid condensa en un emotivo verso alejandrino la despedida del Campeador: «Agora nos partimos, ¡Dios sabe el ajuntar!». Nada ha cambiado desde Troya. Las cámaras de los reporteros de ahora captan ese inmenso montón de dramas, esos desastres de la guerra, que se van superponiendo cada hora en la pantalla en un insufrible desfile de pena y de barbarie. Vemos que muchas de esas madres, tras poner a salvo a sus críos, se vuelven para defender su patria. Estas ucranianas son redivivas Agustinas de Aragón, heroínas anónimas que no se resignan a perder el derecho a vivir en su tierra. Y desde nuestro podrido confort apenas podemos entender esta orgullosa voluntad, esta firmeza que teníamos olvidada en aquel libro escolar donde dormita la 'Oda al Dos de Mayo' del poeta jienense Bernardo López García –«Y van roncas las mujeres / empujando los cañones»– o en la locura épica de los últimos de Filipinas, entre los que aguantó hasta el final Eufemio Sánchez, soldado de la Puebla de Don Fadrique.


En la galería de horrores que no cesan, nos llegan también las estremecedoras imágenes de las fosas comunes en Mariúpol. Sin ataúd, sin flores, sin responso y sin familia. Peor que en la peor etapa de la covid. Los muertos en esta ciudad, en la que se ha cebado Putin en su afán de superar a Pol Pot en genocidio, solo llevan un plástico como mortaja. Sin un rótulo con su nombre, sin una cruz, sin nada. Es la vuelta bíblica del polvo al polvo. Entierro de apestados, que ni los perros tienen. “

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