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domingo, 25 de abril de 2021

SAN MARCOS

Relato de José García. Reinoso:

“EL DÍA SAN MARCOS....

Recordando a mis padres, a mis abuelas, a mis tías, a los amigos de la familia y a cuantos nos hicieron felices, en unos tiempos muy duros, preparando y llevando a cabo esta entrañable fiesta campesina  y popular que,  quienes como yo, tuvimos el privilegio de vivirla y disfrutarla.....¡¡no la olvidaremos jamás!!

Escribo esto en las horas previas al gran día de S. Marcos, cuando ya nos habíamos preparado cada uno nuestra cesta de "tapaera" repleta de dulces, embutidos, refrescos, frutas y el hornazo con los huevos que nos tocaran por edad, que empezaba con un huevo y un bollillo chico y podía acabar con uno de seis huevos, y hasta más. Esta noche, apenas dormíamos, era tanta la excitación y la emoción pensando en la fiesta. Dormíamos, es un decir, cada uno con su cesta al lado de la cama para evitar los naturales saqueos entre hermanos y los rifirafes por un quítame allá una galleta de coco.

De hecho, la fiesta, se empezaba a preparar a primeros de abril, cuando había que ir guardando los huevos de las gallinas para los hornazos y demás dulces que se hacían. Unos cuantos días antes ya se empezaban a elaborar los dulces típicos, para lo cual se juntaba la familia. La tita María hacía unos roscos de viento y una torta de Litines  inolvidables La tita Martirio -extraordinaria dulcera- hacía galletas rizás, madalenas, mantecaos y bollos de tala y a mi madre se le daban muy bien los roscos de sartén y los borrachuelos. Todo se hacía entre todos y luego se repartía. Un par de días antes se hacía un amasijo para los hornazos y pan de aceite. A mi me encantaba ayudar y colaborar en todo aquel jaleo: darle a la manivela de la máquina para hacer las galletas rizás, recortar y envolver los mantecaos..... todo el pueblo se llenaba de aromas de dulces caseros y pan ¡¡qué delicia!! aquel pan de nuestro trigo "Candeal" claveteado de los huevos de nuestras gallinas!!!

Para comer se hacían "asaíllos de pollo o conejo", pipirranas, ensalaíllas de tomates secos con bacalao o atún, se empezaban los brazuelos y se probaba el primer salchichón y lomo en tripa de la matanza y con los huevos de los hornazos, vino del terreno, refrescos de ca los Laras o Rosendo Martínez, que ayudaban a digerir los sólidos... ¡¡comíamos como reyes!!. Nunca faltaban las naranjas de Ugíjar, que se compraban "por cientos y medios cientos" en los mercaos de Cádiar,  los peros de los Bérchules y Mecina que habíamos cambiado por caquis y uvas y algún plátano -toda una rareza entonces- y que le  comprábamos a Luis el Marcelo.

La economía de aquel tiempo era de pura subsistencia, con poco dinero disponible para comprar, así era que se intercambiaban los ricos productos que se producían en toda la Alpujarra desde Sierra Nevada al mar y así los  disfrutábamos todos.

Ya he comentado que la noche anterior  se dejaban preparadas las cestas, mis padres llevaban la que se ve en la foto, hecha con mimbre pelado por la Pintá y su marido, unos gitanos de Pitres que se asentaban cada verano a la orilla del río Guadalfeo, frente al molino de mis abuelos y hacían primorosamente todo tipo de cestas, canastas, tabaques, menueros.... verdaderas obras de arte. Como que se les acogía en el molino, cuando se casaron mis padres les regalaron la hermosa cesta de la foto "pa matar el diablo" y que aún conservamos como una joya en nuestra casa de Cádiar.

El día de S. Marcos, ya nos levantábamos al ser de día, nos tomábamos un tazón de sopas de pan de aceite y ayudábamos a mi padre a aparejar los dos mulos que teníamos entonces, el Pardo y el Mojino. Ese día les echábamos una manta sobre los serones  para que se subieran mi madre y mis hermanos pequeños y que serviría después para echar la siesta bajo alguna sombrica.

Cargábamos a los mulos con las cestas más grandes y junto a mis tíos emprendíamos el camino hasta el Portel, a un par de km. de Cádiar donde teníamos un cortijillo y pasaríamos el día. Allí nos juntábamos con otros familiares y amigos que también venían: Alvaro Olvera y Encarna Ortega, buenos amigos de mis padres, la tita Anita López y su familia, Pepa y Félix Vargas, Emilia y Trina las estanqueras, Conchita Alonso -abuela del tenor Zapata- y su familia, los compadres Agustín y Gabriel....¡¡un gentío!!

Al poco de llegar, los críos  ya teníamos hambre y empezábamos a picotear de nuestras cestas hasta que ya bien instalados, personas y bestias,  se extendían unos manteles sobre la hierba tierna de los "rueos" del cortijillo y comíamos todos,  cada familia sobre su mantel,  formando un hermoso cuadro costumbrista, afectuoso, divertido y fraterno,  que ahora me recuerda "La pradera de S. Isidro" y  que para sí hubiera querido pintar Goya. 

Después de aquel primer "piquislabis"  los niños íbamos a buscar "el diablo", simbolizado en unas matas de lechetrezna -Euphorbia- como las de la foto. Esta planta simbolizaba a las malas hierbas invasoras de campos y sembrados que había que eliminar para preservar las cosechas. Una vez identificada la planta, la arrancábamos con furia, le atábamos una tomiza por la zona de las raíces y mientras una niña o un niño tiraban de ella corriendo, el resto de niños, armados de cañas y "estaullos" la miraban de apalear hasta dejarla destrozada ¡¡y con qué ganicas le arreábamos!!, entonces se iba a buscar otra y hacíamos lo mismo. Este acto era el verdadero sentido de la fiesta "matar al diablo" y a fe que lo conseguíamos. 

Para hacer la comida fuerte del día buscábamos unos buenos sombrajes, generalmente acabábamos comiendo en la alameílla del tite Joaquín, tocando la frescura de la Rambla que baja de la Glorieta. Otra vez se extendían mantas y manteles y se vaciaban las cestas de los mayores, entonces dábamos cuenta del segundo elemento del ritual festivo: el hornazo. Qué ricos aquellos huevos cocidos sobre el pan en el horno!!, catar el primer salchichón, el primer trozo de brazolillo, junto a la pipirrana, el asaíllo y la ensalailla y luego todos los dulces...,  todo esto se hacía en medio de un jolgorio general, trufado de innumerables notas de humor en un ambiente festivo y cordial; como el año aquel en que Álvaro Olvera, que era un buen carpintero, como empezaban a llegar las primeras teles al pueblo se ideó y fabricó una especial consistente en un cajón de madera con una tela metálica por uno de sus costados y dentro metió una gata con su camada y la colgó de un álamo para que mientras comíamos pudiéramos disfrutar de un concierto de maullidos gatunos, mientra él los intentaba acompañar, armado de un enorme guitarrón de madera maciza, cuya correa para colgar era un trozo de ramal que le había quitado a un marranillo que en su casa tenían... ¡¡las carcajadas  y las risas, apenas nos dejaban comer!!.

Después de comer, beber y reir bien, apetecía echarse una siestecilla al fresquito del aire de la alamea, se extendían las mantas y todos los mayores a dormir.. bueno, hasta que a mi Paco y a mí se nos ocurrió darle piquera a la balsa que estaba unas cuantas paratas encima y guiamos el agua a la zona de siesta....¡¡la que se armó cuando el primer durmiente sintió el frescor del agua en el culo!! si aquel día se llega mi padre a enterar que habíamos sido nosotros, hubiéramos salido al otro día en los periódicos, pero en la crónica de sucesos.

Todavía quedaba la traca, cuando mi padre, Álvaro, el tite Domingo y el tite Tobalico, ataviados como señoricos estrafalarios, con viejos abrigos largos y gafas de alambre improvisaban numerosas charlotás. Un año pararon la Alsina, el autobus que hacía el trayecto hasta Granada, subieron y convidaron a todos los viajeros a vino, tapas y dulces.. al final acabaron bajando todos y bailando un pasodoble tocando "clavelitos" y los demás cantando y bailando. A todo esto ya se habían unido al jolgorio José el Herraor y su familia y otros vecinos de labor que lo celebraban allí cerca. ¡¡¡Ni en los Carnavales se armaba tan gorda!!! Se seguía con algunos juegos populares:, el ramal, el boli, la barra y la rueda, donde las niñas cantaban aquello de: A mi novio lo cogí, lo puse en un plato fino, los gatos se lo comieron, creyendo que era tocino. A lo que contestábamos amablemente los niños: Eres más fea que un chucho, más negra que una morcilla, más derecha que una "joz", qué quieres más que te diga?. Se cantaban los populares remerinos de Cádiar: Debajo de tu ventana, me dio sueño y me dormí, me despertaron los gallos, cantando el kikiriki... arroyo que me lleva el agua, me lleva el río, la flor de nácar, la flor del lirio, arroyo que me voy contigo.

A la que se ponía el sol, volvíamos a atacar las cestas que guardábamos en el interior del cortijo, intercambiábamos dulces y galguerías y picoteábamos de lo que más nos gustaba.  Hacíamos una rueda final en la placetilla  cantando el  "echemos la despedía, la que Cristo echó en el cerro, que al mozuelo que no cante, que le cuelguen un cencerro" y el "Adios con el corazón, que con el alma no puedo.... Cargábamos los mulos con todos los "apechusques" otra vez y ya anocheciendo entrábamos en el pueblo cantando: venimos de casa campo, venimos de merendar, habemos comido lengua y tenemos ganas de hablar... y el que no nos quiera oir, oir, oir... a la m... se puede ir, se puede ir, se puede ir...

Mientras descargábamos las cestas y deshaparejábamos los mulos... ya empezábamos a soñar con el S. Marcos del siguiente año.

Vivimos tiempos duros, ya este será el segundo año que no se podrá celebrar a S. Marcos como se debiera,  pero  los que vivimos aquella fiesta hace 60 años, y mientras podamos tener memoria de lo que fuimos.... cuando llegan estos días, año tras año, seguiremos recordando y celebrando en nuestro corazón y en nuestra vida toda, aquellos Sanmarcos en los que fuimos tan felices y esos sí que no nos los podrá impedir celebrar ningún gobierno ni ningún virus, por más Covid-19 o 20 que sea.

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