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sábado, 11 de octubre de 2025

VINCENT TRUMP Y LA SOLUCIÓN DEFINITIVA.

 Otro artículo de Antonio Lara Ramos en Ideal, genial.

En el capítulo anterior, Donald Vincent Trump puso en marcha su gran obra para la posteridad: Alcatraz Alligator. Las redadas de invasores no cesaban. Aún así EE UU iba a la ruina. Llevaba tiempo pidiendo al ‘traidor’ Jerome Powell que la Reserva Federal bajara los tipos de interés; al muro con México había que buscarle una solución, saltaban demasiados invasores, había que pintarlo de negro para que el calor quemara sus manos; ante tanta violencia, mandó la Guardia Nacional a Washington y pizzas para los agentes… Entonces se coronó la gorra roja de campaña y su lema: “Trump was right about everything” —llevaba razón en todo—, lanzando un mensaje: “Necesito ayuda, más ayuda, un verdadero experto”. Elon Musk le había traicionado. Se quejaba del país y del puñetero mundo que le habían dejado los ineptos demócratas, y clamaba: “Odio a mis adversarios”, como exclamó en el funeral del ‘santo’ Charlie Kirk, joven promesa del movimiento MAGA

Las noches le devolvían al ineludible insomnio que mitigaba a fuerza de vídeos de TikTok, ese invento que había que ‘robar’ a los chinos. “Esta maravilla tiene que ser nuestra —había insinuado a Bill Gates y Zukemberg—, pensad cómo hacerlo, será vuestro gesto patriótico”. Luego se relajaba viendo a los Pitufos y a su admirado Gargamel preparando fantásticas pócimas para conquistar el reino de estos entrometidos y chillones seres amarillos. Esa noche, cuando le alcanzó el sueño adosado al cuerpo de Melania, no tardó en verse asaltado por una pesadilla. Su esposa se soliviantó al sentir que el cuerpo que la sepultaba se movía como un cachalote. El sudor pegajoso y caliente que desprendía había mojado su camisón. Al empujón que le propinó, Vincent hizo temblar la cama con su respingo angustiado: “Melania, he soñado que quedábamos atrapados en las escaleras mecánicas de la ONU, ¡y había que subirlas a pie!”. 

A la mañana siguiente, en el Despacho Oval, ordenó llamar a Marco Rubio. “Presidente, el secretario de Estado de Exteriores está en Israel con Netanyahu, acordando los últimos detalles de la expulsión de los andrajosos gazatíes de la Franja —le comunicó su jefe de gabinete—, las empresas se quejan del retraso en las obras del resort en la Riviera de Oriente”. El enfado de Vincent no se hizo esperar: “Este Rubio a veces me mosquea, no sé si me habré equivocado al nombrarlo, puede ser otro invasor, tiene sangre cubana”. Y cambió de destinatario: “Entonces dile a Vance que venga, pero que no se entretenga con sus caprichitos, lo quiero aquí a la voz de ya, ¡Ah!, si tienes que traerlo a rastras, lo haces, tengo un asunto de Estado que no precisa demora”. 

Apareció Vance, todo sofocado: “Presidente, aquí me tienes”. Vincent le desveló una feliz idea: “James, los problemas nos asedian y hay que poner remedio a ello. Necesitamos a alguien de valía. Quiero que me busques a Gargamel y lo traigas a mi presencia”. “¿Gargamel?, presidente”. “Sí, sí —alargando sus labios hasta dibujar un orificio redondo—, y sin rechistar”. “Pero presidente… ¿quién es...”. Y Vincent le espetó: “Ni peros ni manzanas. Pega un salto y a cumplir mi orden”. 

Al salir del Despacho Oval, Vance llamó a Marco Rubio para confesarle semejante encargo. 

Jaimito, ¿qué me dices?, ¿Gargamel? —sorprendido, contestó Rubio.

¡Como me oyes, Marquito! Tú que eres cubano, con ese son de santería que gastáis en la isla, podrías darme una solución. 

Yo soy tan estadounidense como tú, so cabrito. A ver si contaminas al jefe con sospechas y me enchirona en Alcatraz Alligator —respondió Rubio. 

No te pongas así, es broma. Estoy acuciado con esta ocurrencia de ‘pelopanocha’. 

Verás tú, esto del Gargamel acabará como la fiesta del Guatao. ¡La jugada está apretá! —sentendió Rubio.

Y pasaron tres, cuatro y más días, y Vance no daba señales de vida. Vincent Trump andaba buscando invasores: al español Sánchez que no pagaba el 5% a la OTAN y soliviantaba a Europa para reconocer a Palestina como Estado, a los señoritos europeos tan contestatarios y defensores de los derechos humanos y del cambio climático, que habían vivido como reyes desde la Segunda Guerra Mundial a costa de EE UU. Le rondaba pedirles que devolvieran el dinero del Plan Marshall, ¡y con intereses! Si no lo sabía todavía la remilgada Von der Leyen, se lo diría.

¡Y en su país!, las desagradecidas universidades defendiendo invasores y palestinos. Esas que tanto se reían cuando propuso combatir el Covid con lejía o ahora por decir que el paracetamol provoca el autismo. “Necesito a Gargamel como el comer. Sus pócimas son milagrosas”, ronroneaba a Melania, subidos al helicóptero presidencial, mientras ella miraba por la ventanilla.

Entretanto, Vance y Rubio, abrumados, no daban crédito a la petición del presidente. ¿Se le habrá ido el juicio?, se preguntaban en su fuero interno. Ni siquiera se atrevían a confesárselo mutuamente. Sofocados, no sabían a dónde acudir, ni a sus asesores más cercanos: !Menudo dislate si trascendía a la prensa tal petición del presidente!, los ingresaría en Alcatraz o los mandaría con Bukele

Vincent Trump bramaba cada mañana desde el teléfono en la oreja de Vance: “¿Has encontrado ya a Gargamel?” El silencio y la voz entrecortada del vicepresidente enervaba al impaciente jefe. “¿Tan difícil es llegar a la ermita en medio del bosque de los estúpidos pitufos?”. Y Vance no tardaba en llamar a Rubio: “Te digo que tú puedes encontrar mejor que nadie la solución”. (Continuará)

 *Artículo publicado en Ideal, 10/10/2025.

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