Te la cojo prestada, Isa.
Estimad@s Profesores:
Os debo esta carta. Siento que tenga que venir en circunstancias tan negras para tod@s, en las que somos testigos del derrumbe del Estado del Bienestar como lo concebíamos, cuando la Educación, la Sanidad o la Cultura eran intocables. Hoy, somos testigos del ataque sistemático de los derechos laborales. Somos testigos de la brecha, cada vez más grande, entre los que tienen y los que no pueden tener. Testigos de la destrucción de todo aquello que tanto os costó construir a tantos de vosotr@s, desde la calle, desde las tizas, desde los barrios, iluminando el camino tras este pasado oscuro que persigue a nuestra Historia.
Os debo esta carta, Profesores, porque habéis pasado de ser testigos a ser protagonistas, en esta Huelga Verde que demuestra que en las aulas se cocina algo más que títulos y promociones mudas: que se cuecen almas y conciencias. Y no puedo estar más orgullosa. En vuestra compañía he aprendido mucho, y ya es hora de devolveros el favor.
Quizá la Señora Aguirre no tuvo la suerte de aprender lo que yo he aprendido con vosotr@s. Quizá, ensimismada en sus colegios del Opus, en su educación nacional católica, recta y moral, no supo entender que hay cosas que se escapan de los libros. Quizá ella ha no ha entendido que Madrid es algo más que el tablero de su Monopoly del poder particular; no sabe que en las calles de Madrid caía muerto Max Estrella para recordarnos que el esperpento no está tan lejos de algunas realidades, que en Madrid se pasearon Buero Vallejo, Fernán Gómez o Miguel Hernández para recordarnos hoy lo duro que era aquel entonces. Quizá tampoco le enseñaron que una división no sólo sirve para calcular astronómicas facturas, sino que también sirve para repartir y para compartir, como anoche compartían agua y bocadillos los alumnos que se sentaron a defender sus institutos. Quizá tampoco pudo comprender que el Francés sirve para decir algo más que Sarkozy, que también sirve para decir palabras tan hermosas como “rebelle” “partenaire” o “toujours”. Que la filosofía, aparte de ser un montón de libros incomprensibles, habla de sociedad, de respeto o de ciudadanía. O que las actividades extraescolares no sólo forman aficionados, karatekas, pintores o actrices: forman amigos y compañeros. Que la educación no se mide por las horas que uno trabaja, sino por las que uno se implica, que suelen ser, afortunadamente, muchas más.
Si Esperanza no supo aprender esto, quizá, -y sólo quizá,- debiéramos explicarle, debiéramos contarle, que yo tuve algo que ella no debió tener. Unos profesores que me enseñaron a superarme cuando no podía dar una vuelta más alrededor del patio. Que me llevaron a conocer sitios a los que jamás hubiera ido, aunque ello les costase el tiempo, el dinero y algún que otro quebradero de cabeza bregando con autocares llenos de hormonas adolescentes. Debería contarle que me alentaron a seguir, que enfrentaron mis impertinencias y compartieron mis alegrías, en el momento en el que me enfrentaba, pasito a paso, a lo que los adultos llamaban “futuro”. Que no he vuelto a encontrar, en Facultad, Máster ni Seminario alguno, personas que aprendieran mi nombre para enseñarme, que entregaran decenas de exámenes corregidos con ojeras del día anterior, o que prestaran horas de su tiempo para intentar meternos en la cabeza esos programas imposibles que debíamos aprender para la Selectividad y que, como suele pasar, se envolvían en infames libros de texto y planes de estudios más infames aún.
Y aunque no sirviera de nada explicárselo, tras esa sonrisa de suficiencia y ese despotismo hacia todo lo que huela a progreso, me gustaría poder decirle que la compadezco. Alguien que pensaba que “Sara Mago” era una escritora no merece menos que mi lástima. Pero esta carta no es para ella. Es para vosotr@s.
…Porque cuando pensaba que no podríais enseñarme nada más, vuelvo a aprender de nuevo. Gracias por defender lo Público, lo nuestro, lo que es de todas y todos, que tanto cuesta lograr y tan frágil es de mantener. Y como dijo Celaya, ¡a la calle, que ya es hora!
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