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lunes, 17 de febrero de 2025

TRUMP ‘EL POCERO‘, ARTÍCULO DE ANTONIO LARA RAMOS.

 Qué pena de mundo en el que vivimos.

En la época de la burbuja inmobiliaria, cuando el capitalismo del ladrillo se adueñó de terrenos y voluntades políticas, era común ver cómo nacían inmensas urbanizaciones, para bien de bolsillos insaciables y arcas municipales, en terrenos baldíos —recalificados en urbanizables para gozo de los especuladores—. No tenemos más que echar una mirada a muchos de nuestros pueblos y ver cómo en pocos años duplicaron o triplicaron sus áreas urbanas para hacernos una idea de lo que aquel fenómeno supuso. Pueblos que no habían crecido en decenios, se convirtieron en miniciudades de la noche a la mañana.

Las costas mediterráneas, como era tradicional, fueron otros de los escenarios de esta vorágine de cemento y ladrillo. Se construyó casi tocando la orilla del mar o arrasando terrenos que antes habían sido zonas de cultivo. Modestos pueblos de pescadores se convirtieron en apreciados emporios de torres y urbanizaciones para veraneantes, y se construyeron equipamientos y paseos marítimos, mientras al bolsillo de algunos alcaldes se despistaron pequeñas cantidades que, sumadas entre promociones urbanísticas, terminaron acumulando un ‘capitalito’ nada desdeñable.

Una de las realidades urbanísticas de ese tiempo, acaso las más sonora —sin menospreciar los pelotazos de grandes inmobiliarias, algunas arruinadas tras el pinchazo de la burbuja inmobiliaria, dejando un reguero de esqueléticos fantasmas de hormigón— fue la ciudad dormitorio levantada por Paco 'el Pocero' en Seseña. El constructor, al que nadie parecía frenar, solo lo hizo el maldito Covid-19 arrebatándole la vida en 2020, levantó miles de viviendas en un secarral inhóspito, el Quiñón. Según cuentan las crónicas era de origen humilde: pasó hambre de niño y se hizo a sí mismo trabajando de repartidor de carne, vendedor de agua, carbón… y de pocero. 

Paco podría haber llegado a presidente de EE UU si hubiese tenido la ciudadanía estadounidense, pero era español. En nada tenía que envidiar a Donald Trump: ganaba dinero a espuertas, tenía aviones privados y montaba un negocio inmobiliario en un santiamén. Se diferenciaba del yanqui en que tenía mejor corazón, a tenor de las palabras de su hijo: “Mi padre lo que quería era construir viviendas de máximo nivel para gente trabajadora”.

Trump, presidente de EE UU otra vez —por si alguien no lo sabe—, es un magnate inmobiliario que ha conseguido hacerse multimillonario con la especulación urbanística, que tiene cuentas pendientes con la justicia por sus dudosos negocios y que en su mente impera la mentalidad de empresario. Lo demás le trae sin cuidado. Heredó de su padre el negocio, ha dado cabida a sus hijos y con ‘Trump Organization’ sigue expandiéndose por el mundo. Su imperio inmobiliario, compuesto de multitud de viviendas, campos de golf y resorts —complejos hoteleros, para entendernos— no hace más que aumentar. De dudoso gusto, apuesta por lo ostentoso, hortera y chabacano. No son pocos los neoyorquinos que se sienten horrorizados por la vulgaridad que exhiben los edificios que tiene repartidos por la ciudad; pero, ya se sabe, en Nueva York cabe todo, hasta la ‘Trump Tower’.

Su próxima promoción inmobiliaria: la “Riviera de Oriente Próximo” en Gaza, clima cálido y maravilloso proyecto a orillas del Mediterráneo, donde la gente guapa puede pasar unas excelentes vacaciones. No sé si ya estará instalada la caseta de información, pero en cuanto esté habría que preguntar, no sea que nos quedemos sin apartamento. 

Nada de esto debiera sorprendernos, la cabeza de Trump no piensa en derechos humanos, ayuda humanitaria, reparación del daño infligido a las familias de 47.000 inocentes asesinados y otros daños colaterales. Esto es una ordinariez frente al magno proyecto que iluminará el Mediterráneo oriental. 

Trump tiene negocios en la zona. Su grupo inmobiliario hace poco firmó acuerdos con una empresa saudí, Dar Al Arkan, para construir apartamentos de lujo, campos de golf y hoteles en Omán, Arabia Saudita y Dubai. La vocación expansionista de su imperio en la zona es uno de sus principales activos inmobiliarios. Su ‘privilegiada’ cabeza, y notabilidad empresarial sin escrúpulos, lo tiene todo bien pensado: EE UU, bajo su mando de comandante en jefe, tomará el control de la Franja, la demolerá —como buen constructor— y la convertirá en un maravilloso vergel, pero antes su peón de brega, Israel, habrá hecho el trabajo sucio ‘limpiando’ la era de ‘indeseables’ y ‘molestos’ gazatíes que andan con burros y carros y aspecto desaliñado. Allí vivirá ‘gente decente del mundo’. Los ‘incómodos’ dos millones de habitantes serán expulsados permanentemente a países de segundo orden: Egipto o Jordania, u otros países, que para eso hay muchos; o a España, como insinuó Israel, por decir que se vulneraba la legalidad internacional. ¡Es que están en todo!

¡Menudo pelotazo urbanístico! Un terreno de 41 kilómetros de largo y de 6 a 12 de ancho, con una superficie de 360 km². Así, de gañote, por la cara. El pelotazo del siglo XXI, ‘limpio’ de humanos que puedan incordiar y obstaculizar a las excavadoras y los bulldozer, solo lagartos y escarabajos fáciles de exterminar. Una tontería eso de la limpieza étnica.

Acaso a Trump le falte visión de futuro. Ni siquiera ha pensado que los gazatíes pudieran contratarse como camareros, jardineros o directores en la Riviera. Si a Paco el Pocero le hubieran dejado el terreno de Gaza, seguro que lo habría pensado, dándoles trabajo y construido hoteles y urbanizaciones con viviendas para los palestinos. Nunca los hubiera expulsado. 

Lo que no sabemos es lo que pretende hacer Trump 'el Pocero' con Groenlandia o Canadá: ¿parques de atracciones, temáticos, pistas de patinaje sobre hielo…?

* Artículo publicado en Ideal, 16/02/2025.

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