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martes, 25 de febrero de 2025

SEGUIMOS SIN APRENDER NADA.

 Las excusas para destruir la democracia son siempre las mismas. Cambian los nombres, cambian los escenarios, pero el guion es idéntico. Primero se presentan como salvadores, como líderes imprescindibles en tiempos de crisis. Luego, se arrogan el derecho a pisotear las leyes en nombre del bien común. Y cuando nos damos cuenta, ya han construido su maquinaria de poder absoluto.

Napoleón fue el héroe revolucionario que terminó proclamándose emperador. Mussolini llegó como el defensor del orden y acabó instaurando el fascismo. Hitler usó la democracia para dinamitarla desde dentro, además de asesinar a tantas personas. Franco justificó su dictadura con Dios y la patria. Y ahora, Trump, el showman convertido en caudillo, ya ni siquiera esconde su ambición: su país le pertenece, la justicia es su enemiga y la ley es un obstáculo que hay que aplastar.
El peligro no es solo el "personajillo", sino la cantidad de personas dispuestas a creer en su farsa. No basta con decir “esto ya lo hemos visto antes”, hay que frenarlo antes de que sea demasiado tarde. Porque la historia no se repite sola: la repetimos nosotros cuando no aprendemos nada.

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