Denzel Washington lo dijo claro en 2016: en el periodismo actual, ser el primero importa más que ser preciso. La carrera por la primicia ha convertido a muchos medios en fábricas de desinformación, donde la verdad es secundaria y lo prioritario es el clic fácil. En este ecosistema de bulos y noticias sin contrastar, las fake news no son un error, sino un modelo de negocio. Y el resultado es devastador: la confianza en los medios se erosiona, la opinión pública se manipula y la realidad se distorsiona hasta volverse irreconocible.
Nueve años después, el diagnóstico de Washington no solo sigue vigente, sino que ha empeorado. En plena era de la inteligencia artificial y los algoritmos que premian el sensacionalismo, la ética periodística es una moneda de cambio barata. ¿El remedio? Volver al periodismo que informa, no al que compite por la viralidad. Porque cuando la prisa mata la verdad, la sociedad entera paga las consecuencias.
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