La clase obrera está cada día más olvidada, más ignorada y más menospreciada. En otros tiempos, la clase obrera era sinónimo de lucha, se exaltaba el orgullo de pertenecer a ella...
(Por el derecho a la huelga)
Uno de los fenómenos más significativos de la política española y europea es la desaparición en los debates del mundo laboral y de la clase obrera. Para estar de actualidad conviene hablar de otras cosas justo en un momento en el que el trabajo decente cae en picado y la clase media sufre un deterioro grave
hasta el punto de volver a sufrir condiciones de vida y carencias que antes sólo eran propias de los desempleados y los sueldos más bajos. Aunque la brecha social y las diferencias de clase alcanzan un protagonismo claro en la vida cotidiana de la gente, los asuntos laborales pierden importancia en la espuma de la discusión política. El recuento periódico de parados no es en realidad una discusión política, sino la exposición más o menos cocinada de unos datos.
Cuando la crisis económica empezó a golpear en Europa, la periodista francesa Florence Aubenas decidió vivir la experiencia del paro y las oficinas de
empleo. De su aventura personal, nació el libro
El muelle de Ouistreham (Anagrama), un magnífico reportaje sobre el trabajo temporal en el sector de la limpieza. La vieja inercia de la explotación humana queda con mucha frecuencia enterrada bajo la palabrería y las encuestas de los padres de la patria. Recuerdo mucho en los últimos meses una escena en la que un hombre y una mujer hacen el amor aprovechando la soledad de la oficina. Burlados los horarios laborales, los despachos y los centros de trabajo se convierten en un buen lugar para los amores clandestinos.
Pero la oficina no estaba sola del todo mientras la pareja de ejecutivos se abandonaba a los impulsos del sexo. Florence Aubenas, la trabajadora de la limpieza, se encargaba de los suelos, los muebles y los cristales. Una simple limpiadora resultaba invisible y la mirada de sus ojos carecía de valor. Era igual que la nada. Las distancias sociales quintan tanta visibilidad
como las geográficas. Algo muy parecido está ocurriendo ahora con la clase obrera mientras los políticos que gobiernan o que aspiran al gobierno discuten, se denuncian, se matan, se traicionan con un vértigo irrefrenable. Prometen, dan ejemplo de lucha contra la corrupción, se desmienten después, afean en el contrario lo que aceptan para ellos mismos, proponen nombres, borran nombres, idean pactos, cancelan pactos, llenan una y otra vez con sus vaivenes los informativos… Pero no hablan de la clase obrera. El trabajador, con sus derechos y sus condiciones laborales, es hoy un ser invisible.
El debate entre Grecia y Alemania parece un buen ejemplo. Un ministro alemán regaña a los griegos por haber votado a un gobierno que a él no le gusta. Las autoridades hablan de compromisos que deben cumplirse y se establece una tensión entre naciones. Dicen Alemania, dicen Francia, dicen España, dicen Grecia… La inutilidad de los partidos socialdemócratas en Europa se demuestra en su incapacidad para mirar a la clase obrera griega, algo que supone una profunda pérdida de voz propia. ¿Qué dicen el socialismo alemán, ese mismo que pacta con la derecha en las instituciones europeas, sobre la explotación y la liquidación de derechos de los trabajadores griegos por culpa de unas políticas diseñadas al servicio de la banca?
Nadie le explica a los trabajadores alemanes que el
dinero que se les exige en sus
impuestos para “prestar” a los griegos no es una ayuda desinteresada, porque vuelve multiplicado por cuatro a la banca alemana gracias a la especulación con la deuda. Las ayudas europeas son con mucha frecuencia una estrategia de recaudación y desplazamiento de capital con dirección a las élites. Grecia es un filtro. El dinero sale de unas manos populares y vuelve muy aumentado con el sacrificio griego a otras manos mucho más selectas. Las ayudas europeas llegan a ser procesos de privatización.
La situación interna española ofrece caminos histéricos de diversa índole,
pero todos coinciden también en lo mismo: la invisibilidad del trabajo como debate político. Unos se vanaglorian del crecimiento, sin importar que la mal llamada recuperación se edifique sobre contratos basura y sueldos precarios. Otros hacen campaña y buscan protagonismo en los problemas de moda, como el de la corrupción, protagonizando carreras muy ridículas sobre quién es el más puro y el más tajante. Y la corrupción es grave, desde luego, pero no se puede elaborar un proyecto de futuro con lecciones morales contra la corrupción. Nos convendría más aprobar leyes eficaces para dificultarla y luego pasar de inmediato a decir algo sobre otros asuntos que hoy están silenciados. A mí me preocupa en especial el asunto de la explotación laboral porque creo que un trabajo decente es el mayor activo de la regeneración democrática. El trabajo es el ámbito principal del sentimiento ciudadano.
Por muchos gritos que dé, por muchos compañeros que se quite de en medio para poner a candidatos estrella, el líder del PSOE jugará un papel irrelevante mientras no tenga una opinión socialista sobre la explotación de los obreros en Grecia, en España y en Europa. Una alternativa real no puede confundir el sentido del Estado y la responsabilidad de gobierno con los intereses de la banca y del IBEX-35.
Lo más triste es que las alternativas que se proponen al bipartidismo se están situando en el mismo terreno: España, Alemania, la corrupción… y la invisibilidad de la clase obrera. ¿Es un concepto del siglo XIX? La clase obrera como tal, sí. Y del siglo XX. Pero su invisibilidad es el programa que marca el siglo XXI.
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