Gracias, Juan José, lo comparto...
Aunque haya un porcentaje importante de la clase trabajadora que aún no haya querido o no haya podido darse cuenta, estamos en guerra: en guerra de clases…
“Claro que hay lucha de clases y la mía es la que está ganando”. Warren Buffet. Multimillonario.
Los poderes fácticos que gobiernan el mundo a su antojo, vinculados al poder económico y financiero, y representados por los diferentes gobiernos capitalistas que existen sobre la faz de la Tierra, han emprendido una batalla a gran escala cuyo objetivo no es otro que atacar sin piedad los derechos sociales y laborales de nuestra clase.
Con la excusa de la crisis, y con el apoyo imprescindible de los principales medios de comunicación del mundo -que difunden e insertan el discurso neoliberal entre las masas-, son innumerables los ejemplos de gobiernos que están imponiendo a sus pueblos la agenda neoliberal/capitalista, como ya antes se hiciese en décadas pasadas en la inmensa mayoría de países de eso que se vino a llamar falazmente el “tercer mundo”, y en especial en los países de África, el sudeste asiático y América Latina, con las trágicas consecuencias, sobradamente conocidas y certificadas, que tal hecho tuvo para el desarrollo de tales países, entre otras cosas estableciendo las mayores diferencias económicas jamás conocidas entre países ricos/desarrollados y países empobrecidos/subdesarrollados, así como alcanzando los mayores niveles de pobreza y hambre jamás vistos en la historia del mundo.
El modelo capitalista/neoliberal es progresivamente impuesto, desde lo ejecutivo, lo legislativo, lo económico y lo mediático, como único camino posible para afrontar las consecuencias terribles que la actual crisis global está teniendo sobre las condiciones de vida de los trabajadores y trabajadoras a lo largo y ancho de todo el Planeta.
Los gobiernos capitalistas explotan la situación de miedo y desesperación en la que viven cada vez más personas, abrumadas por los efectos de una crisis que está condenando a amplias capas de las clases trabajadoras al desempleo, la precariedad y la pobreza.
Ayudados por los medios de comunicación al servicio del capital, estos gobiernos hacen creer a los pueblos que no existe otra salida posible a la crisis, y que no nos queda más remedio que aceptar los brutales recortes de derechos sociales y laborales que estamos sufriendo, si queremos en algún momento aspirar a estabilizar la situación económica, y, por tanto, a restablecer la senda de la creación de empleo y el crecimiento.
Igualmente, la crisis de deuda pública en la que viven inmersos una buena parte de los países occidentales, supone el escenario perfecto para que los objetivos políticos y económicos del neoliberalismo se abran camino en el mundo a pasos agigantados.
Al igual que ocurriese con los denominados “Planes de Ajuste Estructural” impuestos por el Banco Muncial y el FMI las décadas pasadas en los países de ese denominado “tercer mundo”, con el argumento de la deuda como excusa perfecta, todo aquel país que quiera tener acceso al crédito otorgado por las instituciones financieras internacionales, así como por la banca privada -y mediante el cual, supuestamente, es la única manera posible con la que los estados pueden hacer frente a sus problemas económicos-, debe cumplir con las exigencias planteadas desde tales instituciones en materia de política económica, o de lo contrario no habrá crédito. No hay otra opción, nos dicen.
Grecia es el principal, aunque no el único ejemplo, de tal hecho. La Troika (UE, FMI, BM) obliga a Grecia a imponer brutales ajustes para liberar el dinero -prestado- del “rescate” económico que tienen pactado con el gobierno heleno, el dinero que, dicen, debe servir para rescatarlo de la bancarrota, un dinero que no recibirán si se niegan a imponer las medidas económicas dictadas por los prestadores. Ese mismo esquema se está utilizando en muchos otros países.
Los gobiernos deben imponer las políticas dictadas por el capital, o atenerse a las consecuencias. Es así como, además, tales ajustes se justifican ante los respectivos pueblos. Un modo de proceder, el de la troika, que podemos considerar como un chantaje económico en toda regla. Un chantaje, además, del que es imposible escapar dentro del actual marco de relaciones capitalistas globalizadas, y del que solo se podría salir cambiando de marco político y económico: saliendo del capitalismo.
No creo que con esto le esté descubriendo nada nuevo a nadie, es algo de sobra conocido. Sin embargo, hay mucho más detrás de ello, y es posible que no todo el mundo conozca lo que sigue y acompaña a estas medias, no al menos desde una perspectiva de análisis conjunto.
Un análisis dialéctico de la realidad actual
Tales exigencias no son más que una de las muchas caras que presenta la actual estrategia que el poder económico, la burguesía, viene desarrollando para atacar sin piedad a los derechos e intereses de las clases trabajadoras.
Estas medidas económicas de austeridad, estas reformas económicas y laborales que están sufriendo los pueblos europeos en la actualidad, van acompañadas de otros factores, tanto o más importantes a la hora de que la burguesía pueda conseguir sus objetivos, que las propias medidas económicas, tales como la avanzadilla mediática o la modificación de los marcos reguladores, jurídicos y normativos, de las relaciones sociales y culturales que los pueblos han consagrado a lo largo de siglos de conflictos y luchas entre los intereses del capital y los intereses de las clases trabajadoras.
Es importante que nos demos cuenta de este detalle: las medidas de tipo económico o laboral que los gobiernos capitalistas están imponiendo a sus pueblos, no son más que la punta de lanza de algo que tiene mucho mayor calado; como es el ataque de clase de la burguesía, perfectamente orquestado y organizado a nivel internacional, contra los derechos e intereses de la clase trabajadora.
Debemos dejar de hacer análisis sesgados de la realidad social y económica, y abrazar sin miedos el materialismo dialéctico para analizar de manera conjunta todo lo que viene sucediendo en los últimos años. Es una necesidad urgente si realmente queremos comprender, y, por tanto, poder plantear una verdadera respuesta, todo lo que está pasando. Es una necesidad histórica para la clase trabajadora. La burguesía ya lo ha hecho.
Ataque de clase de la burguesía contra los derechos e intereses de la clase trabajadora: todos los frentes abiertos
El capital, dentro de la constante histórica de la lucha de clases como motor de la historia, en este momento ha dado un paso al frente y ha tomado sin miramientos la iniciativa en dicha lucha. Ha declarado la guerra a la clase trabajadora, y lo está haciendo con una estrategia global que aborda diferentes puntos, puntos que van desde lo meramente económico a lo mediático, por supuesto pasando por lo político y lo cultural, si bien todo ello no es al final más que el reflejo de una batalla por controlar y desarrollar el poder que emana desde la infraestructura económica.
Una batalla en la que actualmente nos están aplastando (en tanto que son millones los trabajadores y trabajadoras que están poniéndose, consciente o inconscientemente, del lado del capital y traicionando a su propia clase), y de la que solo podremos retomar la iniciativa si empezamos por desentrañar todas y cada una de las aristas que forman parte de dicha estrategia de ataque capitalista, y hacer entender a todos esos trabajadores y trabajadoras, ahora aliados del enemigo, por dónde y cómo nos están atacando, analizando y denunciando todos los frentes abiertos:
En primer lugar, desde el punto de vista de las políticas económicas puras, el capital ha situado la lucha contra el déficit público en el centro de la política económica, oponiéndola así al crecimiento y a la creación de empleo.
Medidas como el reciente pacto fiscal alcanzado en el seno de la UE, y que, entre otras, obligará a los países firmantes, tal y como ya se ha dado en el estado español, a incluir en su ordenamiento constitucional una imposición que les impida superar determinados niveles de déficit público, apuntalan este postulado.
De hecho, la casi totalidad de las medidas y reformas económicas que los diferentes gobiernos de la UE están aprobando en las últimas fechas, apuntan casi exclusivamente en esta dirección.
Todo ello pese a que, sospechosamente, incluso el propio FMI,defensor e impulsor históricamente de la asuteridad extrema, ha avisado de sobras sobre los efectos de las mismas y no ha tenido más remedio que advertir de que estas medidas impedirán el crecimiento económico de los países afectados por ellas, además de generar, según nos dice, por ejemplo, la OIT, un crecimiento aún mayor del desempleo a nivel global, así como un aumento en las desigualdades sociales, económicas y laborales.
La propia ONU ha avisado que la aplicación de estas medidasdificultarán y obstaculizarán la salida de la crisis. Sin embargo, cada una de las políticas de austeridad que están siendo impuestas por los gobiernos capitalistas a los diferentes pueblos, se justifican mediante el argumento de que, si se quiere salir de la crisis, no queda otro remedio que aceptarlas.
En segundo lugar, las medidas impuestas pretenden invertir el sentido de la distribución económica de la riqueza y las rentas del trabajo y el capital (para favorecer el crecimiento de los beneficios del capital en detrimento de los salarios) y, con ello, estrechar y hacer más regresiva la redistribución que se realiza mediante los impuestos y el gasto público.
En el estado español, sin ir más lejos, recientemente hemos sabido que, por primera vez en la historia, las rentas empresariales, incluso en este contexto de crisis,superan en aportación al PIB a las rentas del trabajo, a una vez que la patronal pretende por todos los medio que se imponga una reducción de los salarios generalizada (e incluso han llegado a pactar con las burocracias sindicales una fórmula para garantizar tal hecho), habiéndose subido además los impuestos a las clases trabajadoras (I, II, III) mientras no se hace nada para luchar contra el inmensofraude fiscal llevado a cabo por las principales empresas, ni para atacar las ventajas fiscales de la que disfrutan los grandes capitales.
Tercero, denostar todo lo público e imponer con ello, a través del discurso expuesto por los medios de comunicación y los dirigentes políticos, un cambio cultural que lleve a percibir negativamente las prestaciones y servicios públicos ofertados por el estado, así como extender la visión de que el cobro de subsidios o ayudas públicas es humillante para quien las recibe y una puerta abierta a la “subvención de la pereza”, además de un reflejo inequívoco del fracaso personal de quien recibe tales ayudas. Sin embargo, las privatizaciones y la libertad de mercado se nos presentan como principios fundamentales del funcionamiento de la sociedad y la economía, la panacea capaz de resolver, por sí misma, todos los males sociales, y, por supuesto, todos los problemas de la ciudadanía.
E igualmente, las ayudas orescates públicos a bancos o grandes empresas con problemas económicos o de capitalización, son vendidos como una solución necesaria que va en beneficio, no del interés privado de los accionistas de esos bancos o empresas, sino del global de la sociedad. Esto es, las ayudas económicas del estado a las clases trabajadoras fomentan, supuestamente, la pereza, pero las ayudas a bancos o grandes empresas no solo no fomentan nada negativo, sino que son beneficiosas para el global de la sociedad.
La campaña lanzada desde diferentes instituciones públicas contra los profesores y profesoras que luchan en varios puntos del estado contra los recortes en educación, la progresiva perdida de calidad en los servicios públicos esenciales inducida convenientemente a través de los recortes presupuestarios, o la criminalización del desempleado -al que se acusa de no querer encontrar empleo o de encontrarlo solo cuando se le acaba el “paro”, y al que ahora se quiere obligar a trabajar gratis o aceptar ofertas laborales incluso en situaciones no deseadas o impulsadas por empresas privadas que solo buscan su propio beneficio-, son ejemplos más que evidentes de tales planteamientos, ejemplos todos ellos que estamos sufriendo en la realidad actual del estado español.
Finalmente, la estrategia neoliberal pretende forzar un cambio en el equilibrio de poderes dentro de la sociedad, debilitando a los sindicatos en particular y, en general, a las organizaciones políticas revolucionarias y a los movimientos sociales, cuya existencia contrapesa el funcionamiento del mercado y el poder de los grupos que lo controlan.
Todo ello llevado a cabo tanto desde el ámbito mediático, como desde el ámbito judicial y legislativo.
En el ámbito mediático, por ejemplo, podemos señalar aquí la brutal campaña que los principales medios de comunicación, y en especial lo más derechistas, llevan realizando desde hace unos años contra el sindicalismo de clase, utilizando para ello la excusa de atacar a los dirigentes de las burocracias sindicales de UGT y CCOO, pero haciendo extensible en última instancia su crítica al global del sindicalismo de clase.
Desde el ámbito judicial/administrativo, son innumerables los procesos abiertos contra los movimientos de clase (véase, por ejemplo, el caso delSindicato Andaluz de Trabajadores), así como las miles y miles de multas que tienen que enfrentar quienes salen a las calles a protestar (sanciones que van desde los 301 euros y que son el pan de cada día en cualquier ciudad, aunque haya algunas, como Granada, que se llevan la palma).
Y desde el ámbito legislativo, no hay más que analizar los efectos de la última reforma laboral del gobierno de Rajoy, que subvierte por completo las relaciones de poder establecidas hasta ese momento en las negociaciones laborales entre empresarios y trabajadores, otorgando todo el poder al empresario, y relegando al trabajador a un papel de mera comparsa sin más posibilidad que aceptar lo que le venga impuesto por el patrón.
O reaccionamos, o caminamos sin freno hacia el “fin de la historia”
Como decimos, a diferencia de los que algunos pudieran pensar, fundamentalmente por desconocimiento o falta de información, no nos estamos enfrentando a un ataque segmentado y fragmentado en diferentes puntos u objetivos estratégicos sin relación entre ellos, sino que todo lo anterior, todo los ejemplos mencionados, forma parte de una misma y única estrategia del capital, una estrategia que pasa por imponer el neoliberalismo como único modelo posible de desarrollo,
y de la cual se desprenden en última instancia la imposición como norma única de los cuatro objetivos básicos del neoliberalismo: privatizar, liberalizar, desregular y otorgar prioridad absoluta a la actividad especulativa del capital frente al trabajo y la actividad de la economía productiva real, y que pretenden convertir al estado en un mero órgano jurídico encargado de velar por los intereses del capital, y sin la más mínima expresión de contenido social.
El estado burgués, el estado del capital, que ya sufrimos, pero llevado a su máxima expresión, sin ningún tipo de cabida a veleidades progresistas o cualquier cosa mínima asimilable, si quiera, a un estado del bienestar dentro del marco de relaciones capitalistas. Si quiera eso.
Esto que estamos viviendo es, no quepa duda, la pura expresión de la lucha de clases: es el ataque del capital contra los intereses y conquistas históricas de las clases trabajadoras, en un momento de extrema debilidad en la consciencia de clase de los integrantes de la misma,
y en un contexto de crisis sistémica, generada por la aplicación durante décadas de estos mismos planteamientos neoliberales en el mundo de las finanzas, y que, paradójicamente, ahora brinda el escenario perfecto para que el capital pueda lanzar su ataque contra aquellos que nada tuvieron que ver en la gestación de la misma y que ahora son quienes está sufriendo trágicas consecuencias.
Ese es, pues, ni más ni menos, el momento histórico que estamos viviendo: un momento fundamental en la lucha de clases como motor de la historia; un momento donde es el capital el que está atacando sin piedad a las clases trabajadoras, y un momento, por tanto, en el que o nos organizamos, resistimos y tomamos nuevamente la iniciativa,
o ya nos podemos hacer a la idea de que las próximas generaciones de trabajadores y trabajadoras estarán derrotados de antemano, porque el mundo que se abrirá ante ellos será el mundo ideado por el capital, y solo por el capital, un mundo donde no habrá alternativa posible al capitalismo, un mundo donde no habrá derechos colectivos ni disidencias: el famoso “fin de la historia”*. El sueño húmedo del capitalismo.
Estamos en guerra. ¡Luchemos!
*Incluso sabiendo que, tal y como nos dice el materialismo histórico, pase lo que pase, la historia seguirá su curso y, antes o después, las clases trabajadoras venceremos, no es este el mundo que quiero dejarle a mis hijos. Y estoy seguro que tú, trabajador, trabajadora, tampoco. Más que un mundo, sería una pesadilla: una vuelta a la Edad media pero con Iphones y televisiones de pantalla de plasma.
Ellos no debieran sufrir las consecuencias de que nuestra generación haya sido incapaz de organizarse y luchar, como sí hicieron nuestros abuelos, para plantar cara y derrotar al capitalismo. Ellos no merecen vivir en ese infierno. Ellos merecen otro mundo mejor, incluso mucho mejor que el nuestro actual. Aún podemos, eso sí, evitarlo.
Luchemos, luchemos. Estamos en guerra: luchemos. ¡Estamos en guerra!
Escrito por Pedro Honrubia en el blog EL ZOCO.
“Somos claramente ganadores en la reciente crisis económica”.Emilio Botín. Banquero y presidente de facto del gobierno español.
Reformas neoliberales y lucha de clasesLos poderes fácticos que gobiernan el mundo a su antojo, vinculados al poder económico y financiero, y representados por los diferentes gobiernos capitalistas que existen sobre la faz de la Tierra, han emprendido una batalla a gran escala cuyo objetivo no es otro que atacar sin piedad los derechos sociales y laborales de nuestra clase.
Con la excusa de la crisis, y con el apoyo imprescindible de los principales medios de comunicación del mundo -que difunden e insertan el discurso neoliberal entre las masas-, son innumerables los ejemplos de gobiernos que están imponiendo a sus pueblos la agenda neoliberal/capitalista, como ya antes se hiciese en décadas pasadas en la inmensa mayoría de países de eso que se vino a llamar falazmente el “tercer mundo”, y en especial en los países de África, el sudeste asiático y América Latina, con las trágicas consecuencias, sobradamente conocidas y certificadas, que tal hecho tuvo para el desarrollo de tales países, entre otras cosas estableciendo las mayores diferencias económicas jamás conocidas entre países ricos/desarrollados y países empobrecidos/subdesarrollados, así como alcanzando los mayores niveles de pobreza y hambre jamás vistos en la historia del mundo.
El modelo capitalista/neoliberal es progresivamente impuesto, desde lo ejecutivo, lo legislativo, lo económico y lo mediático, como único camino posible para afrontar las consecuencias terribles que la actual crisis global está teniendo sobre las condiciones de vida de los trabajadores y trabajadoras a lo largo y ancho de todo el Planeta.
Los gobiernos capitalistas explotan la situación de miedo y desesperación en la que viven cada vez más personas, abrumadas por los efectos de una crisis que está condenando a amplias capas de las clases trabajadoras al desempleo, la precariedad y la pobreza.
Ayudados por los medios de comunicación al servicio del capital, estos gobiernos hacen creer a los pueblos que no existe otra salida posible a la crisis, y que no nos queda más remedio que aceptar los brutales recortes de derechos sociales y laborales que estamos sufriendo, si queremos en algún momento aspirar a estabilizar la situación económica, y, por tanto, a restablecer la senda de la creación de empleo y el crecimiento.
Igualmente, la crisis de deuda pública en la que viven inmersos una buena parte de los países occidentales, supone el escenario perfecto para que los objetivos políticos y económicos del neoliberalismo se abran camino en el mundo a pasos agigantados.
Al igual que ocurriese con los denominados “Planes de Ajuste Estructural” impuestos por el Banco Muncial y el FMI las décadas pasadas en los países de ese denominado “tercer mundo”, con el argumento de la deuda como excusa perfecta, todo aquel país que quiera tener acceso al crédito otorgado por las instituciones financieras internacionales, así como por la banca privada -y mediante el cual, supuestamente, es la única manera posible con la que los estados pueden hacer frente a sus problemas económicos-, debe cumplir con las exigencias planteadas desde tales instituciones en materia de política económica, o de lo contrario no habrá crédito. No hay otra opción, nos dicen.
Grecia es el principal, aunque no el único ejemplo, de tal hecho. La Troika (UE, FMI, BM) obliga a Grecia a imponer brutales ajustes para liberar el dinero -prestado- del “rescate” económico que tienen pactado con el gobierno heleno, el dinero que, dicen, debe servir para rescatarlo de la bancarrota, un dinero que no recibirán si se niegan a imponer las medidas económicas dictadas por los prestadores. Ese mismo esquema se está utilizando en muchos otros países.
Los gobiernos deben imponer las políticas dictadas por el capital, o atenerse a las consecuencias. Es así como, además, tales ajustes se justifican ante los respectivos pueblos. Un modo de proceder, el de la troika, que podemos considerar como un chantaje económico en toda regla. Un chantaje, además, del que es imposible escapar dentro del actual marco de relaciones capitalistas globalizadas, y del que solo se podría salir cambiando de marco político y económico: saliendo del capitalismo.
No creo que con esto le esté descubriendo nada nuevo a nadie, es algo de sobra conocido. Sin embargo, hay mucho más detrás de ello, y es posible que no todo el mundo conozca lo que sigue y acompaña a estas medias, no al menos desde una perspectiva de análisis conjunto.
Un análisis dialéctico de la realidad actual
Tales exigencias no son más que una de las muchas caras que presenta la actual estrategia que el poder económico, la burguesía, viene desarrollando para atacar sin piedad a los derechos e intereses de las clases trabajadoras.
Estas medidas económicas de austeridad, estas reformas económicas y laborales que están sufriendo los pueblos europeos en la actualidad, van acompañadas de otros factores, tanto o más importantes a la hora de que la burguesía pueda conseguir sus objetivos, que las propias medidas económicas, tales como la avanzadilla mediática o la modificación de los marcos reguladores, jurídicos y normativos, de las relaciones sociales y culturales que los pueblos han consagrado a lo largo de siglos de conflictos y luchas entre los intereses del capital y los intereses de las clases trabajadoras.
Es importante que nos demos cuenta de este detalle: las medidas de tipo económico o laboral que los gobiernos capitalistas están imponiendo a sus pueblos, no son más que la punta de lanza de algo que tiene mucho mayor calado; como es el ataque de clase de la burguesía, perfectamente orquestado y organizado a nivel internacional, contra los derechos e intereses de la clase trabajadora.
Debemos dejar de hacer análisis sesgados de la realidad social y económica, y abrazar sin miedos el materialismo dialéctico para analizar de manera conjunta todo lo que viene sucediendo en los últimos años. Es una necesidad urgente si realmente queremos comprender, y, por tanto, poder plantear una verdadera respuesta, todo lo que está pasando. Es una necesidad histórica para la clase trabajadora. La burguesía ya lo ha hecho.
Ataque de clase de la burguesía contra los derechos e intereses de la clase trabajadora: todos los frentes abiertos
El capital, dentro de la constante histórica de la lucha de clases como motor de la historia, en este momento ha dado un paso al frente y ha tomado sin miramientos la iniciativa en dicha lucha. Ha declarado la guerra a la clase trabajadora, y lo está haciendo con una estrategia global que aborda diferentes puntos, puntos que van desde lo meramente económico a lo mediático, por supuesto pasando por lo político y lo cultural, si bien todo ello no es al final más que el reflejo de una batalla por controlar y desarrollar el poder que emana desde la infraestructura económica.
Una batalla en la que actualmente nos están aplastando (en tanto que son millones los trabajadores y trabajadoras que están poniéndose, consciente o inconscientemente, del lado del capital y traicionando a su propia clase), y de la que solo podremos retomar la iniciativa si empezamos por desentrañar todas y cada una de las aristas que forman parte de dicha estrategia de ataque capitalista, y hacer entender a todos esos trabajadores y trabajadoras, ahora aliados del enemigo, por dónde y cómo nos están atacando, analizando y denunciando todos los frentes abiertos:
En primer lugar, desde el punto de vista de las políticas económicas puras, el capital ha situado la lucha contra el déficit público en el centro de la política económica, oponiéndola así al crecimiento y a la creación de empleo.
Medidas como el reciente pacto fiscal alcanzado en el seno de la UE, y que, entre otras, obligará a los países firmantes, tal y como ya se ha dado en el estado español, a incluir en su ordenamiento constitucional una imposición que les impida superar determinados niveles de déficit público, apuntalan este postulado.
De hecho, la casi totalidad de las medidas y reformas económicas que los diferentes gobiernos de la UE están aprobando en las últimas fechas, apuntan casi exclusivamente en esta dirección.
Todo ello pese a que, sospechosamente, incluso el propio FMI,defensor e impulsor históricamente de la asuteridad extrema, ha avisado de sobras sobre los efectos de las mismas y no ha tenido más remedio que advertir de que estas medidas impedirán el crecimiento económico de los países afectados por ellas, además de generar, según nos dice, por ejemplo, la OIT, un crecimiento aún mayor del desempleo a nivel global, así como un aumento en las desigualdades sociales, económicas y laborales.
La propia ONU ha avisado que la aplicación de estas medidasdificultarán y obstaculizarán la salida de la crisis. Sin embargo, cada una de las políticas de austeridad que están siendo impuestas por los gobiernos capitalistas a los diferentes pueblos, se justifican mediante el argumento de que, si se quiere salir de la crisis, no queda otro remedio que aceptarlas.
En segundo lugar, las medidas impuestas pretenden invertir el sentido de la distribución económica de la riqueza y las rentas del trabajo y el capital (para favorecer el crecimiento de los beneficios del capital en detrimento de los salarios) y, con ello, estrechar y hacer más regresiva la redistribución que se realiza mediante los impuestos y el gasto público.
En el estado español, sin ir más lejos, recientemente hemos sabido que, por primera vez en la historia, las rentas empresariales, incluso en este contexto de crisis,superan en aportación al PIB a las rentas del trabajo, a una vez que la patronal pretende por todos los medio que se imponga una reducción de los salarios generalizada (e incluso han llegado a pactar con las burocracias sindicales una fórmula para garantizar tal hecho), habiéndose subido además los impuestos a las clases trabajadoras (I, II, III) mientras no se hace nada para luchar contra el inmensofraude fiscal llevado a cabo por las principales empresas, ni para atacar las ventajas fiscales de la que disfrutan los grandes capitales.
Tercero, denostar todo lo público e imponer con ello, a través del discurso expuesto por los medios de comunicación y los dirigentes políticos, un cambio cultural que lleve a percibir negativamente las prestaciones y servicios públicos ofertados por el estado, así como extender la visión de que el cobro de subsidios o ayudas públicas es humillante para quien las recibe y una puerta abierta a la “subvención de la pereza”, además de un reflejo inequívoco del fracaso personal de quien recibe tales ayudas. Sin embargo, las privatizaciones y la libertad de mercado se nos presentan como principios fundamentales del funcionamiento de la sociedad y la economía, la panacea capaz de resolver, por sí misma, todos los males sociales, y, por supuesto, todos los problemas de la ciudadanía.
E igualmente, las ayudas orescates públicos a bancos o grandes empresas con problemas económicos o de capitalización, son vendidos como una solución necesaria que va en beneficio, no del interés privado de los accionistas de esos bancos o empresas, sino del global de la sociedad. Esto es, las ayudas económicas del estado a las clases trabajadoras fomentan, supuestamente, la pereza, pero las ayudas a bancos o grandes empresas no solo no fomentan nada negativo, sino que son beneficiosas para el global de la sociedad.
La campaña lanzada desde diferentes instituciones públicas contra los profesores y profesoras que luchan en varios puntos del estado contra los recortes en educación, la progresiva perdida de calidad en los servicios públicos esenciales inducida convenientemente a través de los recortes presupuestarios, o la criminalización del desempleado -al que se acusa de no querer encontrar empleo o de encontrarlo solo cuando se le acaba el “paro”, y al que ahora se quiere obligar a trabajar gratis o aceptar ofertas laborales incluso en situaciones no deseadas o impulsadas por empresas privadas que solo buscan su propio beneficio-, son ejemplos más que evidentes de tales planteamientos, ejemplos todos ellos que estamos sufriendo en la realidad actual del estado español.
Finalmente, la estrategia neoliberal pretende forzar un cambio en el equilibrio de poderes dentro de la sociedad, debilitando a los sindicatos en particular y, en general, a las organizaciones políticas revolucionarias y a los movimientos sociales, cuya existencia contrapesa el funcionamiento del mercado y el poder de los grupos que lo controlan.
Todo ello llevado a cabo tanto desde el ámbito mediático, como desde el ámbito judicial y legislativo.
En el ámbito mediático, por ejemplo, podemos señalar aquí la brutal campaña que los principales medios de comunicación, y en especial lo más derechistas, llevan realizando desde hace unos años contra el sindicalismo de clase, utilizando para ello la excusa de atacar a los dirigentes de las burocracias sindicales de UGT y CCOO, pero haciendo extensible en última instancia su crítica al global del sindicalismo de clase.
Desde el ámbito judicial/administrativo, son innumerables los procesos abiertos contra los movimientos de clase (véase, por ejemplo, el caso delSindicato Andaluz de Trabajadores), así como las miles y miles de multas que tienen que enfrentar quienes salen a las calles a protestar (sanciones que van desde los 301 euros y que son el pan de cada día en cualquier ciudad, aunque haya algunas, como Granada, que se llevan la palma).
Y desde el ámbito legislativo, no hay más que analizar los efectos de la última reforma laboral del gobierno de Rajoy, que subvierte por completo las relaciones de poder establecidas hasta ese momento en las negociaciones laborales entre empresarios y trabajadores, otorgando todo el poder al empresario, y relegando al trabajador a un papel de mera comparsa sin más posibilidad que aceptar lo que le venga impuesto por el patrón.
O reaccionamos, o caminamos sin freno hacia el “fin de la historia”
Como decimos, a diferencia de los que algunos pudieran pensar, fundamentalmente por desconocimiento o falta de información, no nos estamos enfrentando a un ataque segmentado y fragmentado en diferentes puntos u objetivos estratégicos sin relación entre ellos, sino que todo lo anterior, todo los ejemplos mencionados, forma parte de una misma y única estrategia del capital, una estrategia que pasa por imponer el neoliberalismo como único modelo posible de desarrollo,
y de la cual se desprenden en última instancia la imposición como norma única de los cuatro objetivos básicos del neoliberalismo: privatizar, liberalizar, desregular y otorgar prioridad absoluta a la actividad especulativa del capital frente al trabajo y la actividad de la economía productiva real, y que pretenden convertir al estado en un mero órgano jurídico encargado de velar por los intereses del capital, y sin la más mínima expresión de contenido social.
El estado burgués, el estado del capital, que ya sufrimos, pero llevado a su máxima expresión, sin ningún tipo de cabida a veleidades progresistas o cualquier cosa mínima asimilable, si quiera, a un estado del bienestar dentro del marco de relaciones capitalistas. Si quiera eso.
Esto que estamos viviendo es, no quepa duda, la pura expresión de la lucha de clases: es el ataque del capital contra los intereses y conquistas históricas de las clases trabajadoras, en un momento de extrema debilidad en la consciencia de clase de los integrantes de la misma,
y en un contexto de crisis sistémica, generada por la aplicación durante décadas de estos mismos planteamientos neoliberales en el mundo de las finanzas, y que, paradójicamente, ahora brinda el escenario perfecto para que el capital pueda lanzar su ataque contra aquellos que nada tuvieron que ver en la gestación de la misma y que ahora son quienes está sufriendo trágicas consecuencias.
Ese es, pues, ni más ni menos, el momento histórico que estamos viviendo: un momento fundamental en la lucha de clases como motor de la historia; un momento donde es el capital el que está atacando sin piedad a las clases trabajadoras, y un momento, por tanto, en el que o nos organizamos, resistimos y tomamos nuevamente la iniciativa,
o ya nos podemos hacer a la idea de que las próximas generaciones de trabajadores y trabajadoras estarán derrotados de antemano, porque el mundo que se abrirá ante ellos será el mundo ideado por el capital, y solo por el capital, un mundo donde no habrá alternativa posible al capitalismo, un mundo donde no habrá derechos colectivos ni disidencias: el famoso “fin de la historia”*. El sueño húmedo del capitalismo.
Estamos en guerra. ¡Luchemos!
*Incluso sabiendo que, tal y como nos dice el materialismo histórico, pase lo que pase, la historia seguirá su curso y, antes o después, las clases trabajadoras venceremos, no es este el mundo que quiero dejarle a mis hijos. Y estoy seguro que tú, trabajador, trabajadora, tampoco. Más que un mundo, sería una pesadilla: una vuelta a la Edad media pero con Iphones y televisiones de pantalla de plasma.
Ellos no debieran sufrir las consecuencias de que nuestra generación haya sido incapaz de organizarse y luchar, como sí hicieron nuestros abuelos, para plantar cara y derrotar al capitalismo. Ellos no merecen vivir en ese infierno. Ellos merecen otro mundo mejor, incluso mucho mejor que el nuestro actual. Aún podemos, eso sí, evitarlo.
Luchemos, luchemos. Estamos en guerra: luchemos. ¡Estamos en guerra!
Escrito por Pedro Honrubia en el blog EL ZOCO.
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