Gracias Paco.
Mi “yo” y sus circunstancias
Relato
Seudónimo: Guillermo Lucca
Por primera vez siento que mi cuerpo y yo somos dos entes diferentes, que además, no
se llevan muy bien. No es que no sea un solo ser, sino que ni siquiera parecen
conocerse. Estoy por hablar de usted al señor que aparece cuando me asomo al espejo.
La coincidencia entre mis sensaciones y las de mi cuerpo, son eso, puras coincidencias;
como puede coincidir el reflejo de la luz en el río y los ojos del gorrión en la ribera,
como coincide un barco con un naufrago a la deriva, o como coincide la paloma y un
traje nuevo. Son eso, puras coincidencias. Cuando mi espíritu está en calma, sólo recibo
del cuerpo malas sensaciones: dolor, frío, entumecimiento... Cuando mis emociones se
desbordan, mi cuerpo se comporta como velero en la calma chicha.
Desde que me dijeron que sufría no sé qué enfermedad percibo que cada vez están más
lejos mi cuerpo y mi mente, y ambas cada vez más lejos del mundo, de la humanidad y
del apego de los demás.
¡Dios, que difícil es tener que demostrar continuamente que eres persona! Que
cansancio de tener que estar permanentemente en guardia para tratar de responder, no
sólo de forma correcta, sino también con la debida celeridad a todas las preguntas que se
les ocurren hacer a los que te rodean; la mayoría de las veces hechas con la intención de
corroborar que se están dirigiendo a un mueble, más que por interés de acercamiento a
mis necesidades.... Eso sí, siguen entrando en mi habitación sin dar los buenos días,
sigue tocándome todo el mundo sin pedir permiso, ni siquiera con previo aviso.
Noto que me desnudan, me lavan y de reojo, observo la puerta abierta... pasa alguien...
- ¿Cuándo nos darán la subida que nos tienen prometida?
- Igual nunca, ya sabes lo rápido que se hacen las promesas pero lo que cuesta
cumplirlas.
- ¿Viste ayer el programa de la tres?
- ¡Sí, menuda fulana está hecha esa!.
- ¡Pues anda que la otra¡
¡Por Dios, creo que mi culo es el más visto de todo el mundo! Aunque ciertamente no
me lo siento; pero parece que la mano derecha obedece algo mejor mis órdenes. Me veo
tan escurrido de carnes, que creo que las parcas, cuando llegue la hora, se quedarán con
hambre. Me desplazan en silla de ruedas, trato de ir erguido y digno, pero a veces me
cuesta conseguirlo. A veces, tardo tanto en lograr que mi sistema de fonación conteste a
las preguntas, normalmente estúpidas, que me hacen los demás, que si momentos antes
había logrado demostrar ser persona, de nuevo tengo que iniciar la escalada hasta el
nivel de
homo sapiens. ¿Por qué será, que cuando alguna persona no responde como
nosotros esperamos, pensamos que es tonto o incluso que no pertenece a la categoría de
humano? Hoy espero concentrarme más y obedecer mejor.
Ayer me llevaron a manualidades, en la sala había otras personas con el mismo abismo
en la mirada que probablemente tengo yo, aunque algunos se mueven con más rapidez y
soltura. Había un chico joven al que llaman terapeuta cuyo nombre es Carlos, lo sé
porque veinte veces nos dijo: - Yo soy Carlos ¿cómo te llamas tú? Cuando el
interlocutor no respondía, él decía, “- te llamas Antonia”. El pedazo de gilipollas quería
que hiciera florecitas de papel...; en ese instante me acordé de mi amigo Juan del
Colegio “El Buen Pastor”, que siempre decía cuando se refería al profesor de dibujo
“ése no es más maricón porque no se entrena haciendo florecitas”… Me dije: Juan, no
te preocupes, estaré viejo pero no soy maricón; y le tiré los papeles al “TERAPÉUTA”,
también llamado Carlos, y desde ahora llamado “gilipollas de marca mayor”. Al
instante oí voces que decían: ¡Está agitado!, y sentí un pinchazo con algo que ponen
aquí con mucha frecuencia. Lo ponen a los que se cabrean, aunque ellos lo llaman “que
se agitan”. A veces no está mal que te lo pongan, dejas de sentir la tremenda, pesada y
cruel alienación que siento en este sitio donde todo es a golpe de horario... ahora a
levantarse..., ahora a desayunar..., ahora a hacer florecitas de los cojones..., ahora a
almorzar..., ahora a torrarte en el jardín..., ahora a bailar pasodobles..., ahora a cenar...
ahora a acostarse. Todo ocurre al contrario de lo que te apetece. Te levantan cuando has
cogido el sueño, haces 4 comidas en 10 horas y luego te pasas 14 horas sin probar
bocado, te torras en el jardín cuando te apetece escuchar un poco de música y te
acuestas cando te apetece solazar en el jardín. Pero con todo, lo más difícil de llevar es
la mala educación, el que se comporten cuando están conmigo como si fuera
transparente... ¡Que difícil es encontrar a personas educadas, o mejor dicho que las
personas educadas te encuentren a ti!, yo no estoy como para mucha búsqueda.
¿Qué hora será?, no recuerdo si he desayunado o si lo que queda por hacer es la cena, ni
siquiera sé si he dormido o debo ir a dormir ahora. Hace tiempo que he perdido el gusto
por la comida; y las sensaciones que recibo de lo que me rodea suele estar tamizado por
una suerte de velo que me impide percibir las cosas con intensidad.
¿Qué hora será?... Bueno, ¡qué coño me importa!, si tampoco tengo una conciencia clara
de qué momento del día corresponde a una hora determinada.
Noto una luz tenue, y una brisa trémula y tibia como cuando disfrutábamos de los
atardeceres de final del verano en la finca. ¡Díos, que me gustaba fumarme un puro y
beber un güisqui mirando las estrellas!
Uff, como me duele el culo, que dura es esta silla de plástico...; todo plástico, hace tanto
tiempo que solo toco plástico... En la silla plástico, en la cama plástico, en el pito
plástico... Me duele, y me siento húmedo y aprisionado... Plástico, humedad y sujeción
son las tres constantes en mi vida actual. Ni me acuerdo desde cuándo no me siento
totalmente seco, ni desde cuándo mis huevos no pueden colgar libres. Más plástico, más
humedad y mas sujeción, cada vez más plástico, más humedad, y más sujeción...; más
plástico, más humedad y más sujeción... Creo que terminaré envuelto en plástico y al
vacío para que los demás puedan quedarse tranquilos de que me mantengo fresco,
húmedo y sujeto. Al parecer es la mejor, o la única forma que se les ocurre de poder
mantenerme vivo. Empiezo a creer que tengo la misma vida de un solomillo del
supermercado. ¡Qué digo!, nunca he sido solomillo pero creo recordar que ellos no
tienen “y
o”, con lo que probablemente puedan asumir con elegancia e indiferencia el
estar sujetos, húmedos y envueltos en plástico. Probablemente mi problema sea ese, que
tengo un “yo”
. ¡Que putada!; si el deterioro de mi cuerpo y de mi cerebro hubieran ido
aparejado del deterioro de mi “y
o”, todo sería más llevadero.
sé quién era la persona cuyo tacto y voz me producían esa serenidad tan intensa: mi
vida no es vivible! ¡Por fin recobro mi libertad! Con los míos, esperaré a los míos...
¿Qué será esto que me están dando? No tiene olor ni sabor, y parece eso blando de color
claro que se ponía a veces al lado de la carne... No me acuerdo..., se hacía con patatas...
Debo de tragar, debo de tragar; tampoco recuerdo cómo se hace para tragar... ¡No
puedo respirar, me están ahogando en esa comida o lo que sea!, ¡tengo que toser!..., ¡por
Dios, tengo que toser, me estoy ahogando!...
Me duele la cabeza, oigo ruidos que no he oído antes, muchos ruidos mezclados y tengo
algo en la cara que me suelta una brisa húmeda, me tapa casi toda la cara, solo veo
sombras. Sí, ya sé, uno de los ruidos es como cuando arreglaba los pinchazos de la
bicicleta y metía la cámara debajo de agua. Alguien se ha dejado eso que sirve para
despertarte sonando: pi,pi,pi,pi... El ambiente es espeso, no sé bien en qué posición
estoy, ni siquiera podría decir donde están mis miembros; pero me siento aprisionado,
húmedo y sobre plástico. Estoy inquieto, quiero moverme pero no puedo. Me siento
arder. ¿Estaré en el infierno? Algo o alguien me está acariciando, eso me tranquiliza,
¡oh, que dulzura! Siempre que me tocan tengo sensaciones desagradables, siempre que
me hablan sólo percibo ruidos; pero también, de vez en cuando, siento que me toca y
me habla alguien que, aunque no lo reconozca ni logre entender lo que dice, me da
serenidad. Veo por encima de mi cabeza, aunque con dificultad, como unos globos
llenos de algo que parece un líquido con unos tubos que bajan a mi brazo, al que por fin,
he encontrado... Algo me muerde las muñecas, son unas serpientes gigantes, no me
sueltan; tengo más bichos en la cama, una araña me está picando en la cara, por favor,
ayuda... ¡socorro, me comen los bichos!, veo un fantasma que me clava un aguijón,
¡socorro!, ¡socorro!...
No reconozco las partes de mi cuerpo, lo que puedo tocar y ver de él parece un
pergamino escrito con tinta roja y azul, no puedo mover nada, cada vez siento a mi
cuerpo más alejado de mí, ya no es mío y solo me conecto con él a través del dolor, solo
a veces mi cuerpo es aún capaz de generar perturbación en mi “yo”, es más, cada vez
noto que mi “yo” se articula, se organiza mejor conforme mi cuerpo se enajena. Creo
que este cuerpo me encierra, pero yo cada vez me estoy sintiendo más libre. No existe el
día ni la noche, no existe la vigilia ni el sueño, ya todo es realidad... Poco a poco se está
apartando de mí la sensación de enfermedad o minusvalía, cada vez siento a mi cuerpo
más carcelero que compañero; y estoy sintiendo que me adentro en otro paradigma.
- Hola Papá, cómo me gusta que estés conmigo, después de tanto tiempo muerto sigues
teniendo esa mirada que hace sentir al que la recibe que es alguien muy, muy
importante.
Me meten algo en la boca; no tiene olor ni sabor ni temperatura. ¡Debo de tragar, debo
tragar, no sé cómo hacer para tragar!... ¡Me ahogo! ¡Me ahogo!...
Veo a alguien vestido de blanco que me sujeta la cabeza y me clava un tubo por la nariz.
¡Me duele, me duele, me ahogo, me ahogo!... La nariz me va a estallar, quiero quitarme
lo que me han clavado pero no puedo, veo globos encima de mí de los que salen unos
tubos que terminan en mi nariz...
¡Que maravilla!, siento que soy etéreo, más ligero que el aire y estoy flotando en una
habitación, hace tiempo que no me siento tan despejado, tan lúcido, tan en armonía. Veo
debajo de mí a tres personas alrededor de una cama, solo les veo el cogote, visten de
uniforme blanco y llevan, atadas a la espalda, una bata de papel verde. Escrutan
detenidamente a un cuerpo que yace flexionado sobre si mismo hacia el lado derecho.
Es un cuerpo omitido de carnes, apergaminado; que impresiona de haber sido
succionado desde el interior, solo así es posible que el envoltorio deje intuir todos y
cada uno de los relieves óseos de su cuerpo. Predominan en él los colores violáceos,
rojos vinosos y distintas tonalidades de marrón. En definitiva, un cuero con una larga,
larguísima historia con épocas de mayor esplendor. El hombro y la cadera sobresalen
como los picos más altos de esa cordillera yerma; en la cadera un cráter gigante deja ver
el hueso, la lava es de aspecto maloliente y de olor denso, amarillento, con fondo
achocolatado de reflejos rojizos. El volcán desprende lava cada vez que uno de los
uniformados presiona alrededor del mismo. Bajando por la ladera sur, se adivina un
bambú largo y nudoso que está quebrado a la mitad y sujeto con cuerdas y bridas que
recuerdan lo que, talvez, fue una rodilla; al final, un pie hinchado, sudoroso y cárdeno,
con una espuela pavonada. La columna aparece al Este de la cordillera como una
carretera a media ladera donde se adivinan todos los mojones quita miedos. El rostro no
se ve, está escondido en su propia calavera. De pronto, los uniformados que están
manipulado ese cuerpo con exquisita delicadeza, le dan la vuelta. Al ver el rostro me
resulta familiar, todo lo familiar que puede parecer un rostro falto de vitalidad y sobrado
de sufrimiento; todo lo familiar que puede parecer una mirada que, en su apariencia,
procede de la soledad fría y oscura. Nunca pensé que fuera tan difícil mirar a los ojos a
un moribundo... Tenga los ojos del color que los tenga, la mirada siempre es
profundamente negra, fija y ausente; primero sientes vértigo ante el abismo que
contemplas, y después, estremecimiento, un estremecimiento intenso al revelarse el
futuro, no sólo de su propietario, sino también el futuro del que lo mira, e incluso, el
futuro de la humanidad. Bajo la nariz por donde penetra un tubo de plástico, una
hendidura alabiada, que en otro tiempo pudo ser la boca, exhala una brisa tibia apenas
perceptible. A pesar de todo..., ese rostro me sigue pareciendo familiar. El resto del
cuerpo no pinta mejor: el tórax parece tallado con unos canales de desagüe, el abdomen
una hondonada con la tierra cuarteada por la sequía y un pozo negro en el centro, el
pubis es una pequeña elevación ósea desforestada, y la gabardina arrugada que protege
un tubo amarillo, no tiene ni rastro de la polla que debió cobijar antaño.
Alguien dice: -¡No se le coge tensión! Otro de los uniformados ordena que se le inyecte
algo. De pronto me siento más pesado y atraído con una fuerza irresistible por el cuerpo
de ese moribundo, estoy cayendo..., caigo, caigo... Ahora me siento pesado, inmóvil y
veo a los uniformados desde abajo, veo sus caras. Comprendo que aquel cuerpo
moribundo es mi cuerpo y siento una frustración indescriptible. Otra vez me siento
aturdido, confuso, dolorido, húmedo, aprisionado y sobre plástico. Mi cuerpo ya solo es
mi carcelero, o mejor dicho, mi cárcel; una cárcel mugrienta, fría y cruel. Me he dado
cuenta que mi “yo”, cuando se separa de mi cuerpo cobra su autentica dimensión;
mientras, está soportando un constructo añadido con las percepciones y experiencias
vividas con mi cuerpo, constructo que mediatiza y reprime el autentico “yo”. Miro
hacia arriba y veo en los uniformados cierto alivio en la mirada. Si no fuera porque he
visto con el cuidado y mimo que manipulaban mi cuerpo pensaría que son unos mal
nacidos. ¿Qué cojones pretenderán hacer con mi cuerpo? ¿Perseguirán que sea eterno?
Después de tanto tiempo de aturdimiento, de imposibilidad de hacer preguntas, de falta
de respuestas, de sentirme perdido...; por fin mi “yo” se va despejando; y por lo que
veo, el de mis cuidadores cada vez está más confundido.
Hola Mamá, sigues con la misma mirada cálida de siempre; sin tocarte, percibo la
suavidad de tu piel, no sabes lo que me reconforta tu compañía. ¿Y Papá, no está
contigo?
Me siento agotado y dolorido, no sabría decir que parte de mi cuerpo es la que me duele
más. El velo que cubre mis percepciones se va haciendo cada vez más tupido; aunque
sigo sintiendo ese tacto y esa voz que oigo pero no entiendo, y que me producen una
serenidad indescriptible en este mar de malestares. Siento dificultad para respirar, no
puedo mover mi pecho, lo tengo lleno de líquido..., me estoy ahogando y siento un
dolor punzante en el pecho..., ¡me ahogo, no puedo respirar, me ahogo!...
De nuevo, soy etéreo; floto en la habitación y me siento más vivo, lúcido y despejado
que nunca. Veo los uniformados alrededor de la cama retirando los tubos y globos del
cuerpo que yace, esta vez sin el más mínimo atisbo de vida; hay tres personas más. Ya
sé quién era la persona cuyo tacto y voz me producían esa serenidad tan intensa: mi
mujer; que junto a mis hijos están velando mi cadáver. ¡Qué bonito es morir cuando la
vida no es vivible! ¡Por fin recobro mi libertad! Con los míos, esperaré a los míos...
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