Sigo siendo esa niña pequeña que se tumbaba en el suelo a mirar el cielo. La que creía ver caras y dibujos en las nubes.
La que cuando venía del cortijo por la noche con su padre las encinas le parecían monstruos y su padre la acurrucaba y le quitaba el miedo.
La que tenía la ilusión de ser primero maestra y después médica y cumplió la ilusión de ser maestra y disfrutar con y de los niños.
La que pedía un deseo cuando veía una estrella fugaz, creyendo firmemente que se cumpliría.
Una niña pequeña que disfrutaba con las pequeñas cosas. Que le gustaba aprender, escuchar a los que sabían más y recopilar sus historias.
Esa niña ávida de querer ser mejor cada día. De desear un cambio en el mundo. De imaginar que sería capaz de luchar contra las injusticias. De creer que todos somos iguales y nada nos diferencia.
Una niña que amaba la vida y no quería ver la maldad. Que anhelaba con todas sus fuerzas que fuera todo más equitativo y que pensaba que nadie tiene derecho a usar la violencia para marcar su terreno. La que cree en las personas, en los seres humanos.
La que era obediente y trabajadora, era como una “mujerilla” de su casa.
La que tenia charlas interminables con sus hermanos para mejorar el mundo.
La que casi todas las mañanas escuchaba abrazada a su madre los romances y oraciones que ella le contaba.
La que corría para no tener problemas con nadie ni le gustaba ver problemas a su alrededor.
Esa niña pequeña con miles de sueños pendientes, algunos cumplidos...
Esa niña que le gustaría que el mundo fuera como ella quisiera.
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