Artículo de García Montero en Público.
No es la corte, no es el palacio, no es el palco, no es el teatro de la avaricia, ni es el despacho de la ambición en el que se tejen los grandes negocios oscuros o los acuerdos entre la política sometida y la banca sin ética. No.
Es verdad que hay un Madrid cortesano y que ese Madrid ha ocupado durante años las instituciones. Es verdad que extrañas maniobras, una compra y venta de diputados, abrieron las puertas a las tramas de corrupción urbanística más descarnadas. Pero es injusto, reduccionista y falsificador identificar con esa imagen triste la realidad abierta de Madrid.
Si hablamos de Madrid, hay también que mirar hacia una energía cívica muy viva, una de las más vivas de España, que llena las calles cada vez que resulta necesario defender el bien común y dar muestra de solidaridad. Las calles y las plazas de Madrid conocen la protesta, el grito, la disidencia, la movilización.
Se llama Madrid la marea blanca que ha paralizado el intento de privatizar 26 centros de salud y 6 hospitales. La función pública crea conciencia pública: los trabajadores de la sanidad y las familias de los pacientes han llenado Madrid de un no blanco para impedir que el Partido Popular convirtiese la salud en un negocio.
Se llama Madrid la marea verde que defiende la educación como un bien de todos y como una raíz profunda de la convivencia. Mientras el PP criminalizaba a los profesores, recortaba la inversión, provocaba la pérdida de 7500 puestos docentes, apostaba por la privatización y por la brecha pedagógica, otro Madrid salía a la calle para afirmar que sin enseñanza pública no hay democracia.
Se llaman Madrid las 612.300 personas sin empleo. Se llama Madrid el movimiento obrero que ha convocado huelgas y luchas para oponerse a unas sucesivas reformas laborales destinadas a minar el trabajo decente. Mientras el PP apostaba por un paro de larga duración (50%), una juventud sin trabajo (46 %) y uno contratos que no llegan a 6 días (42 %), otro Madrid se manifestaba en defensa de la dignidad laboral. Y es que sin dignidad laboral y salarios decentes tampoco hay democracia.
Se llama Madrid la gente que ha llenado la Puerta del Sol pidiendo democracia real, política participativa, cuentas públicas transparentes y una clara soberanía cívica en las instituciones.
Se llama Madrid el grito que ha parado los desahucios. Se llama Madrid la solidaridad con los obreros de la Coca-Cola, con los trabajadores del servicio municipal de limpieza, con los periodistas, los técnicos y los administrativos de Telemadrid.
Se llama Madrid la memoria que ha pedido verdad, justicia y reparación para las víctimas de la dictadura y que se ha negado al olvido y al desamparo de sus familiares.
Se llaman Madrid todas las luces encendidas en defensa de los derechos humanos y en protesta contra unas fronteras crueles que desprecian con cuchillas, botes de humo y balas la vida de las personas. Se llama Madrid la solidaridad que se conmueve con los cadáveres que flotan en nuestras costas.
También se llaman Madrid la literatura, el cine, el arte, el teatro y la música que han mantenido una cultura identificada con la razón crítica y la imaginación moral. Mientras el PP amordazaba y castigaba la rebeldía, dejaba sin presupuesto las bibliotecas y subía el precio de las entradas, otro Madrid apoyaba con energía los cauces de una creación abierta y un pensamiento libre.
Y ese Madrid es mucho más numeroso, más fuerte, que el mundo palaciego y el servilismo cortesano. Basta con vivir en Madrid para ver a Madrid respirar, salir todas las mañanas de sus domicilios, recorrer la ciudad en el metro y los autobuses, entrar y salir en los colegios, los hospitales, los comercios, los parques, los museos, los puestos de trabajo.
Rafael Alberti, en momentos muy difíciles de resistencia, llamó a Madrid capital de la Gloria. Otro poeta andaluz, Antonio Machado, lo calificó como “rompeolas de todas las Españas”. Mientras el PP convertía a la ciudad en el laboratorio de la economía neoliberal y la privatización, otro Madrid se levantaba fuera de los muros del palacio para llenar con su cuerpo y su voz unas calles dispuestas a defender otra política, otra forma de vida.
Toda esta gente, con sus años de lucha contra el PP, ha formulado un programa político para su ciudad. No hace falta darle muchas vueltas al asunto para ponernos de acuerdo, entre todos, con la gente. Este programa político se llama Madrid.
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