BÁRBARA, GRACIAS
Los ciudadanos españoles, secuestrados y maltratados por su propio gobierno, están siendo obligados a descender a los infiernos de la recesión, de los impuestos abusivos y de los recortes de derechos y conquistas logrados en el pasado con esfuerzo, dolor y sangre, pero la "casta" de los políticos, cada día más odiada e identificada ya como la principal causa de los males de España, permanece intocable, sin perder sus privilegios y ventajas.
Nos suben el IVA, reducen el pago del desempleo a los parados, suprimen una paga a los funcionarios... pero se mantiene el Estado de las Autonomías, las diputaciones, las televisiones públicas, los miles de chiringuitos abiertos por el Estado para llenarlos de familiares y amigos. A pesar del clamor popular, los cientos de miles de parásitos con carné de partido continuan en sus puestos, cobrando del Estado sin aportar nada al bien común. La oligarquía política nos dirige al precipicio y lo hace con descaro, arrogancia y envuelta en la injusticia. La sensación de traición es inmensa, casi tan grande como la de desamparo. La conexión entre sociedad y gobierno se está rompiendo por completo. La "clase" política se aleja de los ciudadanos y se aisla detrás de sus defensores: periodistas, jueces y policías. El pueblo, soberano en democracia, queda al otro lado de la línea roja, maltratado, frustrado, sin esperanza, acumulando despecho y rebeldía. Todo el mundo espera a un líder honrado y decente para ponerse a su lado y tumbar este sistema antidemocrático, corrupto y podrido, pero la gente mira hacia todas partes y la decencia política no aparece por ninguna parte: Rubalcaba, Cayo Lara, Durán i Lleida... todos parecidos, ninguno digno de representar a los ciudadanos que están siendo aplastados.
Funcionarios desesperados, empresarios decididos a cerrar sus empresas por falta de mercado y de esperanza,, los impuestos mas altos e injustos de toda Europa, prestaciones de desempleo reducidas, desaparición de la deducción por compra de vivienda... El segundo paquete de recortes del Gobierno de Mariano Rajoy ha cumplido el guión previsto, con un duro plan de ajustes que pasa por la subida del IVA, el recorte de prestaciones de desempleo y la eliminación de la paga de Navidad para los empleados públicos. Pero ha sorprendido y generado rechazo porque no ha llegado acompañado por sacrificios similares para la clase política y por la esperada y deseada reducción drástica de un Estado que, a todas luces, es insostenible, injusto, corrupto y monstruoso, construido no para el bien común sino para uso y disfrute de los partidos políticos, instituciones cada día más odiadas por la ciudadanía desesperada.
Consciente de que la rabia y la rebeldía crecen en España como la espuma, el gobierno ha tenido que hacer un guiño a los cabreados recortando un 20 por ciento las subvenciones a los partidos políticos, sindicatos y patronales, reduciendo en un 30 por ciento el número de concejales y prometiendo un difuso y poco explicado descenso en el número de liberados sindicales, medidas a todas luces insuficientes que en nada afectan al núcleo de privilegios y ventajas que rodean a la casta política española.
Lo ha explicado Rajoy en el Congreso de los Diputados, en un pleno extraordinario donde el presidente también ha rendido cuentas sobre el rescate a la banca española y el acuerdo cerrado con el Eurogrupo. Los planes son terribles y suponen no sólo sacrificio desigual e injusto, sino también un drástico descenso del consumo y de la actividad económica en general. Es como si el gobierno y los partidos políticos estuvieran dispuestos a todo, incluso a la voladura de España, antes de perder un gramo de sus odiosos privilegios de casta.
Medio país se identifica hoy con el grito que lanzaban ayer miles de manifestantes anti-políticos en las calles de Madrid, durísimamente reprimidos por la policía: "El próximo parado que sea un diputado".
La verdad es sencilla y trágica: la gente, plenamente consciente de la gravedad de la crisis, es generosa y está dispuesta a sacrificarse y a pagar más, pero se siente indignada y rabiosa ante la injusticia lacerante de que sean los más desprotegidos los que paguen más, mientras que los cada día mas odiados políticos mantienen sus privilegios y ventajas inmerecidas. Los ciudadanos no están desesperados por la dureza de los recortes, que el gobierno quiere que sean de 65.000 millones de euros en poco más de dos años, ni por el alcance del sacrificio exigido, sino por la injusticia que representa que los mas débiles tengan que pagar los platos que han roto los políticos con su mal gobierno, su abuso de poder y sus sucias corrupciones, mientras que ellos mantienen intocables sus ventajas y privilegios indecentes. Eso es lo que genera rebeldía, indignación y asco en todo el territorio español.
¿Que hacer ante el drama? Hay muchas respuestas, pero todas dramáticas y graves: acumular odio, esperar a que se abran las urnas para practicar la venganza, nunca más votar porque hacerlo supone alimentar un sistema que es injusto y depredador, no consumir para que recauden menos y asfixiar de ese modo a la casta, mostrar en cada instante, en cada ocasión, con boicots, abucheos y otros métodos, el rechazo profundo que merecen los políticos, crear opinión explicando con argumentos veraces y sólidos que España está siendo masacrada por sus políticos... y un largo capítulo de ideas que se plasman por millares en los mensajes electrónicos y las redes sociales, más calientes y angustiadas que nunca.
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