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domingo, 18 de agosto de 2024

Federico García Lorca, el asesinato de un poeta eterno.

 



El 13 de julio de 1936, Federico García Lorca dejó Madrid y puso rumbo a su Granada natal. En la madrugada de aquel mismo día, un grupo de milicianos socialistas había matado al líder derechista José Calvo Sotelo. El crimen había sido una represalia por el asesinato del teniente socialista José del Castillo a manos de cuatro pistoleros de extrema derecha unas horas antes.

A cinco días de la sublevación militar que daría paso a la guerra civil, el clima de violencia inminente era asfixiante, y los rumores de que pronto habría un golpe de estado corrían sin control. España estaba a punto de escribir su capítulo más sangriento, y Lorca sospechaba que algunos lo tenían en su lista negra.

Así, el poeta español más popular del momento buscó refugio en la tierra que lo había visto nacer… y que acabaría traicionándolo. Acababa de cumplir 38 años.

A lo largo de su vida, Federico García Lorca desarrolló una empatía especial hacia las clases desfavorecidas; pero lo cierto es que él era hijo del privilegio. Nació a las 12 de la noche del 5 de junio de 1898, en Fuente Vaqueros, un pueblo de la provincia de Granada.

Su padre era don Federico García Rodríguez, un terrateniente adinerado, y su madre era doña Vicenta Lorca Romero, una maestra de escuela que alimentó el gusto de su hijo por la literatura. Después de Federico, el matrimonio tuvo cuatro hijos más: Luis, Francisco, Concha e Isabel.

Los García Lorca eran, junto con los Alba y los Roldán, una de las familias más pudientes de la vega granadina. El niño creció en la Andalucía rural, rodeado de imágenes, historias y personajes que influirían en su obra toda su vida. En una entrevista, Federico resumió así sus primeros años de vida en Fuente Vaqueros:

“Mi infancia es la obsesión de unos cubiertos de plata (…), es aprender letras y música con mi madre, ser un niño rico en el pueblo, un mandón”.

Federico se crió entre niñeras y profesores, jugando con títeres, tocando el piano y corriendo entre árboles, dando rienda suelta a una imaginación extraordinaria que nunca lo abandonaría.

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