Cuando era pequeña lo que más me gustaba de mi madre era sentarme en su regazo hasta quedarme dormida, mientras escuchaba los latidos de su corazón, y meterme en su cama cuando mi padre se levantaba y me contaba oraciones, romances y cuentos con la voz muy bajita y siempre me dormía, y su olor...olor a mamá.
La imagen que tengo en mi mente es verla siempre trabajando, en la casa y en el campo. En casa hacia la comida, limpiaba, nos hacía la ropa, lavaba en el río nuestra ropa y la de mis abuelitos, bordaba, hacía ganchillo, hacía las cortinas. Pero por encima de todo recuerdo el pan que hacía y que yo le ayudaba. Ese olor a pan no se me olvidará jamás y lo buenísimo que estaba, ni he comido ni comeré nada tan exquisito. Siempre que amasaba nos hacía tres bollillos, uno para cada uno, que calentitos mojábamos en la porra( aceite, sal y ajos). A veces hacía pan de aceite, torta de chicharrones, pan de bizcocho. Y aprovechando el calor del horno nos tostaba pipas. Y en el campo sobre todo regar porque mi padre trabajaba de albañil y no le quedaba tiempo.
Conforme he ido creciendo, he conocido muchas cosas de ella.
Su lucha de años trabajando en casa y también codo a codo con mi padre.
Sentí su dolor por la muerte de mi hermano y la fortaleza que tuvo para seguir sobreviviendo.
Su paciencia por hacernos buenas personas, sus maneras de saber por dónde andábamos, sus desvelos continuos si teníamos fiebre, poniéndonos sus manos en la frente. Su coraje para todo, sus noches en la terraza con el frío tan terrible que hacía esperando que volviéramos de fiesta.
Nos enseñó a leer. Me aficionó a la lectura contándome los libros que leía y de como empezó a leer siendo una niña con la luz del candil.
Su capacidad para mantenernos a todos juntos y querernos tanto.
La he visto enfadada, feliz, decidida, peleando por lo injusto.
Una mujer fuerte, inteligente, muy trabajadora y luchadora y siempre luchando por los suyos.
Amante de la música, de los libros, de sus recuerdos y de sus sueños.
Mamá siempre estaba ahí, a la hora que fuera, me daba la palabra justa para reconfortarme , el consejo más sabio, dejando a un lado sus problemas y haciendo de mis miedos sus miedos.
Nuestras charlas, nuestras confidencias, nuestras risas, nuestras penas.
Compañera fiel de su compañero de viaje, juntos fueron siempre en la misma dirección formando una unidad inquebrantable y sólida.
Mamá tenía cajitas de hilos, de cuentos chiqutillos, de romances, de botones, de estampas, de pañuelos,... todas guardadas, recortes de tela para hacer cojines y colchas de patchwork, Su costurero con sus tijeras, sus agujas, sus hilos y su dedal. Sus latas llenas de algodones y de lanas, Guardó nuestras libretas de la escuela y le encantaban las fotos, tenía un montón de álbumes. Nos dio una moneda de plata de Alfonso XII a cada uno.
Todas las noches mi madre leía y escribía romances. Y la tele de fondo...
Y, al final con la mirada perdida, vacía... con ese dolor tan grande para regalarme una sonrisa todos los días. No hay prueba de amor más pura y grande que esa.
Ahora me doy cuenta de lo felices que fuimos en nuestra infancia, a pesar de la época tan gris que nos tocó vivir. Y de lo afortunada que soy de formar parte de mi familia.
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