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viernes, 24 de mayo de 2024

ARTÍCULO DE ANTONIO LARA RAMOS EN IDEAL.

 


Sobre Gaza caen ‘bombas tontas’ en los refugios, en los hospitales, en las escuelas, en los campos de refugiados, sobre las cabezas de niños, mujeres, ancianos y civiles indefensos. Los que no estamos acostumbrados a la jerga bélica nos ha sorprendido esta denominación para un arma que destruye vidas y hogares, caminos y carreteras. Ignorante de mí, rápido he acudido a buscar información en el oráculo universal de internet, donde Wikipedia dice sobre ellas: “Una bomba no guiada, también conocida como bomba de caída libre, bomba de gravedad, bomba tonta o bomba de hierro, es una bomba aérea lanzada desde un avión (convencional o nuclear) que no contiene un sistema de guía y, por lo tanto, simplemente sigue una trayectoria balística”. Hasta la Segunda Guerra Mundial, incluso hasta finales de los años ochenta, la denominación más común a este tipo de artefactos era la de bombas. Habiéndome ilustrado, sigo sin salir de mi asombro. Menos mal que no han sido lanzadas desde un avión nuclear, porque a lo mejor Israel, que cuenta con arsenal de este tipo, hubiera sembrado de ‘hongos’, al estilo de Hiroshima y Nagasaki, el territorio gazatí. Pero no le interesa, los efectos le hubieran alcanzado.

Ahora proliferan las ‘bombas inteligentes’, lanzadas y guiadas hacia objetivos a destruir. La industria armamentística y los países que la fomentan han de probar sobre el terreno, no en la ficción, cómo se comportan tan honorables inventos. Son muchos los ensayos armamentísticos que se están llevando a cabo en guerras como Ucrania y Gaza, como se hizo antes en Siria y otros confines del mundo. Seguramente ya se tendrán amplios y detallados dossieres técnicos sobre el comportamiento de las sofisticadas e innovadoras armas, en su capacidad de destrucción de vidas, edificios e infraestructuras. Y se habrá acumulado una ingente cantidad de información top secret para cuando estalle la tercera guerra mundial que muchos buscan.

En Gaza se tiran ‘bombas tontas’, seguramente pensando que los que las sufren son ‘tontos’ o seres humanos de un nivel inferior: ‘animales’, como calificó a los gazatíes el ministro de Defensa de Israel, Yoav Gallant: “Estamos luchando contra animales y actuaremos de manera acorde”, aseveración que comportaba asimismo el bloqueo total de la Franja, con corte de suministro eléctrico, entrega de alimentos o combustible. En Gaza ocurre lo que escribía la poeta rusa Anna Ajmátova en aquel 1914, cuando ya azotaba la Primera Guerra Mundial: “Huele a quemado. Durante cuatro semanas ya Ha estado ardiendo el pozo seco de la huerta. Los pájaros ni siquiera han cantado hoy Y el álamo ha dejado de crujir y silbar”.

Bombas tontas, dirigentes tontos, política tonta, venganza tonta, entrañas tontas, perversidad tonta, todo formando parte de un mundo tonto. Quizás vivamos en el mundo más tonto desde que la humanidad existe, cuando hemos dictado cartas universales de los derechos humanos, incluido en constituciones derechos fundamentales de los ciudadanos, fomentado la cultura para que sea un bien común y nos haga más civilizados, en un mundo en el que, contradictoriamente, nos duele la boca de pronunciar las palabras paz, solidaridad, convivencia, mundo mejor.

Las democracias occidentales han fracasado en Gaza. EE UU alienta con sus votos en contra en la ONU y el envío de armas (decenas de miles de millones de dólares en armamento) el genocidio que se está produciendo, a pesar de las torpes palabras que su presidente utiliza para enmascarar esta connivencia con una democracia, la israelí, que se está comportando como una autocracia de crueldad sin límites. Ninguneando a la ONU, desoyendo y reprimiendo las voces estudiantiles en las universidades estadounidenses que claman el fin de este oprobio a la memoria de la humanidad perpetrado por democracias occidentales. He visto la acampanada en el campus de la Universidad de Columbia, por el que deambuló durante algunos meses de 1929 Federico García Lorca en busca de una libertad que a fe terminó alcanzando, y he visto cómo era desmantelada y reprimidos los estudiantes. Y cómo se ha extendido el fenómeno por todas las universidades estadounidenses y europeas, incluida la de Granada. Y escuchado, en una ofensa a la razón, cómo se les ha calificado de antisemitas, con la desfachatez más grosera del mundo.

35.000 gazatíes asesinados, incluso puede que más cuando usted lea este artículo. El número no debiera ser lo relevante, que lo es, también sería una atrocidad aunque solo fuera un tercio o la mitad o la quinta parte; las vidas segadas de tantos inocentes, incluidos miles de niños, a quienes se les ha truncado su derecho a vivir, a ser respetados como seres humanos, sí lo es.

Hay ambiciones sin límite y objetivos sobrevenidos y ruines, aprovechando la inmensa superioridad de la fuerza: la ocupación israelí de más territorios en Cisjordania, con la impunidad y monopolio de poseer ‘bombas tontas’ y un moderno armamento, y el execrable respaldo de las democracias occidentales. Estas están perdiendo el prestigio como adalides de la libertad y el respeto a los derechos humanos frente a la ola autocrática y neofascita que se extiende, no solo internamente, también por el resto del planeta. Algún día, países como EE UU o Alemania tendrán que rendir cuentas por su permisividad con la acción vengativa y cruel de Israel.

Mucho por hacer todavía hasta parar esta guerra. La condena internacional no cesa, la indignidad y la barbarie de los principales actores, tampoco. En mi caso, por el momento, “pido la paz y la palabra”, como mi admirado Blas de Otero.

 *Artículo publicado en Ideal, 23/05/2024.


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