No nos descuidemos. La actualidad es más larga que una frontera. Entre el ruido de las noticias inmediatas, por los huecos de las alambradas del día, entran realidades con un largo pasado y un futuro que parece interminable.
SOS Racismo, Andalucía Acoge, CP San Carlos Borromeo, Círculo Podemos Inmigrantes… Hasta 37 entidades sociales han firmado esta semana un manifiesto. Denuncian el peligroso operativo continental que el Consejo de Europa ha puesto en marcha para la captura de migrantes. Se trata de la estrategia policial y política bautizada con el nombre de Mos maiorum. Las costumbres de nuestros mayores.
Por desgracia no es una noticia que la declaración de Derechos Humanos sea en el mundo una lista de preocupaciones abiertas más que un acuerdo con valor efectivo. No es tampoco una noticia que el corto plazo de la actualidad oculte ese tipo de realidades que dibujan cicatrices de largo recorrido. La barbaridad ideológica de Mos maiorum no despierta interés en nuestras discusiones, no levanta primeras páginas.
Es que tenemos encima otros muchos problemas. El juez Andreu sienta hoy en el banquillo a Rato y Blesa, vigas sólidas de la España imperial de Aznar, para preguntarle por la maquinación de las tarjetas opacas en Caja Madrid. Artur Mas da una vuelta de tuerca en Catalunya con la consulta falsa del 9 de noviembre y prepara unas elecciones plebiscitarias. Teresa Romero, nuestra enferma particular de ébola, vive ya una afortunada mejoría. Los ministros de Sanidad de Europa, los mismos que han abandonado a miles de víctimas en África, se reúnen por fin para tomar medidas sobre el virus. Todo eso ocurre hoy y todo es importante desde luego.
Pero hay en Europa un virus con un recorrido más largo, una enfermedad que pasa en silencio. No despierta nuestras preocupaciones. El Consejo de Europa quiere responder al mundo globalizado, y a sus miserias, y a sus brechas sociales, con la consolidación de una identidad, la costumbre de nuestros mayores, fundada en el desprecio al otro, la pureza de sangre y la falta de hospitalidad. Fundar la definición del Nosotros en una alarma contra la existencia de los demás es una decisión de graves consecuencias que desplaza el debate democrático a horizontes de carácter totalitario: un mundo inflexible en las identidades como respuesta a la unificación de los mercados y de las explotaciones económicas.
Es verdad que en nuestros mayores pueden encontrarse ejemplos como la Santa Inquisición, las expulsiones de judíos y moriscos o las diversas rapiñas del colonialismo y de la ambición imperial. Pero también es cierto que en nuestros mayores aparece esa larga tradición de dignidad humana que ha estudiado durante años el profesor Hernando Valencia. Su libro Los Derechos humanos (Acento, 1997) no es una novedad editorial, pero forma parte de la “más rabiosa actualidad”.
Entre mis mayores está el filósofo estoico Meleagro de Gadara que escribió en el siglo I antes de Cristo lo siguiente: “La única patria, extranjero, es el mundo en que vivimos; un único caos produjo a todos los mortales”. Entre mis mayores está el filósofo Immanuel Kant que escribió lo siguiente en su ensayo Sobre la paz perpetua (1975): “Hospitalidad significa aquí el derecho de un extranjero a no ser tratado hostilmente por el hecho de haber llegado al territorio de otro”. Entre mis mayores está Federico García Lorca, porque en 1929 se subió al edificio más alto de Nueva York para arrojarle un grito al Vaticano y denunciar la traición de la Iglesia Católica al amor de Cristo. El papa Pío XI había firmado el Pacto de Letrán con Mussolini, olvidándose de que la voluntad de la tierra da sus frutos para todos.
La voluntad que a mí me importa es la de los seres humanos. Una frontera supone un interrogatorio doble. Se le pide el pasaporte al que llega de fuera y, al mismo tiempo, esa pregunta civil y humana supone un cuestionamiento del país que recibe al extranjero: ¿qué país eres tú?, ¿qué opinas de la convivencia?, ¿cómo resuelves tus conflictos?, ¿qué piensas de la dignidad humana?
El operativo Mos maiorum indica que la respuesta de Europa a la globalización del siglo XXI se inclina más por las identidades totalitarias que por el debate democrático. No creo que haya otra cuestión de más actualidad. Sus consecuencias van a ser nuestro pan de cada día. Y nos equivocamos al pensar que es sólo un problema de los que llegan de fuera.
Una sociedad trata a sus propios ciudadanos con la misma dignidad o falta de dignidad que utiliza para tratar a los extranjeros. Hoy se aprueba también en el Parlamento español la ley mordaza que va a convertir la disidencia política en un problema de orden público. Hay cientos de sindicalistas que esperan o cumplen condena por su participación en las últimas huelgas generales. Sin que hubiera violencia significativa, la Fiscalía pide 74 años de cárcel a 14 jóvenes que participaron en la manifestación que dio lugar al 15-M.
La sociedad que pierde su dignidad humana en una frontera acaba tratando a todos los suyos como si fuesen extranjeros. Otra de mis mayores, Hannah Arendt, le enseñó al siglo XX que este tipo de juegos con las patrias está en el origen de los totalitarismos.
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